Por Yuri Valecillo
Algunas personas “tienen el poder, pero no el convencimiento”… Recuerdo
a Izaguirre, aquel ministro de CAP que frente a las cámaras de televisión no
podía anunciar alguna nota oficial preparada por el gobierno de turno, y donde
para dar un “parte rosa” de lo que realmente ocurría en el país.
Si el 27 de febrero marcó al país y es una cicatriz que pienso todavía
no cierra completamente −y entre otras cosas porque “no hay un solo culpable”
de semejante masacre− cosas de la rabia, algunos me dicen que “no lo tome de
manera personal” pero es que esos días de febrero y marzo de 1989 desfilaron
frente a mi mirada decenas de chicos perforados por balas de FAL. CAP tenía el
poder pero no el convencimiento y no convencía.
A muchos les pasa lo mismo. Su séquito le informa, le dice, le argumenta
sus elucubraciones propias y siente que tiene razón frente a los que él ve como
débiles. Viendo las cosas como marchan, veo que el Ministro Osorio “tiene el
poder, pero no el convencimiento”.
De las cosas que me parecen perversas de nuestro proceso −si y es que me
cuento entre los que está montado en este tren al que llamamos quien sabe por
qué “revolución”; y que a veces critica la marcha del mismo; y que a veces ve
fallas absolutas, que es imposible dejar de verlas y sería muy cobarde no
criticarlas, veo a los “jefes” sentados a la mesa con los Mendoza, y que les
prometen apoyos, les sonríen, les aplauden. Es que el patrón es patrón y el
propietario se jacta de que sentó a la mesa a los que intentan hacer de la revolución
una marca registrada. Con la otra mano ya no es la extendida para negociar
cosas del poder con el patrón que acapara los granos, cereales, manufacturas se
sienta a negociar, se les escucha, se le celebran sus malos chistes y se les
premia con abrazos y algo más.
Por el otro lado están los aquellos que lucharon contra el paro
petrolero, contra el sabotaje eléctrico, contra el acaparamiento de alimentos,
contra la intoxicación mediática, y por otro lado están los trabajadores a los
que se les decreta la ley del silencio, se les anuncia que no serán recibidos
por nadie y el que quienes les apoyen serán condenados a pilas de leña verde.
A los trabajadores de DIANA se les acosa, y según algunas informaciones,
se le ha llegado a pasar a los hoyos o calabozos del SEBIN, heredero directo de
la antigua y tristemente célebre DISIP.
A veces −en medio de mis soledades− me pongo a sacar cuentas y a ver la
historia en el techo que está sobre a mi cama. Sí, algo así como “el
cinematógrafo”… aquella pared de la que hablaba Julius Fucik en REPORTAJE AL
PIE DE LA HORCA. Y entonces pienso: ¿de dónde vendrá el ministro Osorio?
Imagino por su manera de expresarse que viene de un hogar humilde, igual que el
mío y el de los trabajadores de DIANA. La diferencia es que mientras él fue
retirado de ese ministerio por el Presidente Chávez del cargo que él detentaba
por la pérdida de miles de contenedores de alimentos, los trabajadores de DIANA
seguían produciendo. Y siguen produciendo, y OSORIO − ¡y esta vez con
mayúsculas!− decide castigar como caporal de hacienda, a unos trabajadores que
le dan clases de eficiencia y de capacidad, y envía a unos esquiroles del
proceso a administrar una empresa de la que no forman parte. Y comienza a
disparar miedos y dolores como un personaje de terror, pero en la vida real.
El conflicto de DIANA es un conflicto de un agente de la burocracia en
contra de los trabajadores, y sería muy perverso, indigno, cruel e infame que
un burócrata más intentara colocarnos en contra de los trabajadores y de
trabajadoras que han evitado el desabastecimiento de grasas vegetales. No
imagino al OSORIO −¡y nuevamente en mayúsculas!− paralizándole las cuentas a la
POLAR, o gritándole a la familia Mendoza, o negándole una reunión a un gerente
de Harina Pan. Él sabe que no es así, y que ante ese poder el miedo cubriría
sus espaldas, y tampoco enviaría un agente provocador a decir frente a alguna
empresa del grupo Mendoza que sus trabajadores no la pueden hacer andar.
¡Qué cosas…! ¿Y dónde quedaron aquellas consignas en las que se hablaba
de “los pata en el suelo”. Nada más lejos que el insulto del Caporal Osorio que
frente al dueño es humilde, y frente al humilde se comporta como amo.
Al final y al principio, los y las trabajadoras de DIANA son gente
decente y los cambios sí, todos los cambios requieren una dosis muy elevada de
decencia. Anotarse nuevamente con los humildes es una decisión personal. La
vida de la humanidad recorre nuestra memoria y espero −aunque lo veo imposible−
que OSORIO reflexione y comprenda que por encima de la obediencia debida, está
la ética y el respeto al valor de los ajenos.
Pocas veces vi tanta prepotencia
de un humilde hombre, frente a miles de hombres humildes. Me conmueve el valor
de los trabajadores de DIANA y debemos saber que en la revolución es una acto
cotidiano −y no un cargo− no importa los oropeles con que esté vestido.
Hace muchos años leía a un texto de un chino que cambió los destinos de
su país, que decía: “El imperialismo es un tigre de papel”. Osorio no llega a
gato, y su palabra sólo son maullidos desesperados de un gato en un tejado
caliente. Yo me sumo a la lucha de los trabajadores de DIANA. Un sólo empaque
de Margarina que sale de las líneas de producción de esa empresa, vale más que
mil cuentos de un ministro que no sueña y que sólo es encargado de fabricar
pesadillas para la “Gente Que Trabaja y Lucha”.
Parafraseando a Alfredo Maneiro y para no irme muy lejos, estoy seguro
que hoy Alfredo Maneiro estaría reunido con los trabajadores de Diana, buscando
salidas y encontrándolas, donde otro sólo coloca candados y cierra puertas.
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