La Guarura Impresa #4




Llegó la hora de la verdad: La lealtad como tragedia o como esperanza radical

Los votos lo dijeron clarito, el pueblo del 27 de febrero, el pueblo leal al mensaje libertario y la obra justiciera de Chávez, salvó electoralmente y al límite este proceso en el momento en que ha podido desmoronarse por la acumulación de errores y nuevas realidades de poder que vienen conjugándose con los años. La votación prácticamente 50 a 50 (si no “jackearon” el sistema por lo asombroso y casi imposible de entender que casi la totalidad de los votos perdidos por el chavismo no fueron a la abstención sino al enemigo, es decir, Capriles) tiene sus antecedentes en estos 14 años; pero en este caso se trató de un ejercicio estrictamente de lealtad hacia el propósito revolucionario. No obstante, más allá de los números y no estando Chávez como candidato, podemos asumir que es inmensa la sombra revolucionaria regada como hegemonía de los valores transformadores en estos años, la que garantizó la ínfima victoria.
En los hechos al día siguiente de la votación, el fascismo arremetió de nuevo con un saldo de ocho muertes, decenas de heridos, instalaciones clínicas y alimentarias quemadas, etc. El proceso guarda disciplina en la respuesta, gana la institucionalidad y se desenmascaran ellos mismos, pero abren de nuevo el proceso conspirativo aunque fallen por ahora y tengan que cambiar de personajes. Ya reiniciarán lo suyo contando de nuevo con una sensibilidad colectiva (absolutamente sumisa y movilizada anuente a la actitud fascista como se ha probado) y unos medios de comunicación que la respaldan. Esto será así hasta que un pueblo en lucha realmente autónomo y decidido, lejos de la debilidad de hoy, les dé un “parao” definitivo junto a sus lacayos dentro del Estado. Pero estos hechos terribles no nos pueden desviar del mensaje sustancial respecto al problema de la lealtad.
Tal y como les sucedieron en los terribles años treinta europeos a aquellos dirigentes como Bujarin o Zinoviev y casi toda la dirigencia bolchevique original, esa lealtad se vivió en sus últimos días como una tragedia, como aquellos que aceptaron ser acusados como los más viles conspiradores a la patria y la revolución obrera sólo por salvar la causa final revolucionaria, aunque el déspota de Stalin fuese quien la liderizara. Fueron fusilados. Dieron toda su vida y su gloria por la causa final del pueblo, al menos así los ha salvado la historia al interpretarlos de esa manera. Si tuvo sentido o no el gesto degradante de sumisión al déspota de aquellos hombres en el momento histórico que les tocó vivir, todavía podemos discutirlo. Lo que sí no tiene ningún sentido es que nosotros −esa mitad del pueblo venezolano, en una circunstancia radicalmente distinta, donde no hay déspota de por medio y no son nuestras vidas individuales las que tenemos que medir en valor frente a una gigantesca causa revolucionaria− asumamos igualmente esto como una tragedia. Es decir, que la lealtad del voto expuesto este 14 de Abril se convierta en un acto donde a conciencia oculta sabemos que esto es una causa perdida bajo el esquema de política, mando y comunicaciones que se ha solidificado a través de la costra corporativa-burocrática impuesta, pero aún así como último gesto y por odio a la vieja oligarquía tan bien sintetizada políticamente en Capriles, nos tiremos al río sin hacer nada y nos convirtamos en un “voto despido” por sumisión y por silencio, ventana perfecta al fascismo renaciente.
Esa tragedia en nuestro caso es inaceptable precisamente porque al contrario de la URSS aquí no hay otro despotismo que el potencial fascismo de la derecha, porque nosotros podemos decirle ¡basta!, con todo derecho y moral para hacerlo, a toda esa realidad que ha supuesto el quiebre monetario, la vida del cacique Sabino entre tantos, el desmoronamiento del salario por inflación, la burocratización del liderazgo popular, el lenguaje moralista en boca de quienes lo niegan todos los días con su corrupción, el cierre del debate y la transparencia de verdades en los sistemas públicos de comunicaciones, el verticalismo cooptativo de partido, las finanzas para banqueros y jamás para el desarrollo autogestionario de inmensas fuerzas productivas que podríamos potenciar, la misión social en manos de camarillas burocráticas inútiles y arrogantes. No hay derecho a que nos comportemos como Bujarín o Zinoviev. Aquí, por razón de vida o muerte de la revolución, por el contrario, hay que alzar la palabra. Lo otro es por seguro una guerra que la gran burguesía ya tiene todas las posibilidades de desatar de nuevo, pero en este caso con un pueblo desmoralizado porque perdió la guerra inmediata contra los monstruos que nosotros mismos hemos dejado que se creen, que crezcan y terminen hegemonizando el comportamiento real y discursivo del gobierno. No tenemos derecho a ello. Ni el más beneficiado por el consentimiento monetario del gobierno a tantos grupos de base tiene derecho a ello. El silencio, la autocensura, la criminalización del disenso y la lucha, el no ejercicio con dignidad y sin descanso de los derechos populares conquistados, es la traición originaria, el “salto de talanquera” es sólo el que viene a consecuencia, así nos fusilamos éticamente hasta no valer nada.
La lealtad por tanto tenemos que vivirla hoy como nunca como una esperanza radical. Como una autocrítica profunda frente a la quietud del silencio y la falta de autonomía política del pueblo en lucha, frente a la sumisión que muchos cuadros nobles de gobierno aceptan por lealtad a un ideal genérico que nada tiene que ver con sus jefes. Como una conciencia de que estamos en medio de una nueva ofensiva fascista que puede sin mayor problema desatar una conspiración continúa. Prácticamente ocho millones o más de cuerpos y conciencias que han hecho de la revolución verdadera su deseo y su necesidad vital es un caudal inmenso para enfrentar lo que venga, un milagro maravilloso de nuestra rebelión. Pero aquí es obligatorio actuar sin compasión con nada, el gesto compasivo como dicen los brujos naguales mexicanos no es más que una compasión hacia nosotros mismos, un gesto de miedo y debilidad que nos impide mover las energías internas necesarias para comprender y enfrentar la realidad que sea, desdoblándonos en los propios hechos, ayudando al otro aplastado a alzarse contra su condición y sin compasión. Por ello se trata de una esperanza radical donde asumimos de raíz nuestra condición de revolucionarios pase lo que pase. Los retos más difíciles, la contrarrevolución más agresiva, como siempre ha sido desde hace 24 años para acá, deben engrandecernos. Lo que pasó el 14 y los días posteriores nos debe, en ese sentido, llenar de alegría porque hacía falta un hecho crucial, al límite de un definitivo abismo para hacer renacer el alma real de la historia actual venezolana, y nuevamente llegamos a él para poner a prueba la verdad libertadora que hemos defendido. Desde Nicolás para abajo, independientemente de juicios y de quién es y ha sido el presidente y quién el simple militante pero que lo mueve todo, estamos obligados a entrar en esa lealtad esperanzada que no se somete a nada, no tenemos derecho al sometimiento. Pero igual, estas alturas y priori no podemos creer en nadie, ese privilegio con justificación o no sólo lo tuvo Chávez, y ya no está y todo lo dejó...cada quien tendrá que probarse en los hechos y en su inteligencia, en su capacidad comunicante, organizadora y luchadora, en su capacidad de inventar en su terreno toda esa política hoy más que nunca posible de crear una patria libre y de autogobierno del pueblo, armas en mano contra el fascismo. Vivir en la alegría y el reto de la esperanza, asumir de lleno lo fuerte y hermoso que es ¡por fin! vencer la opresión imperial y capitalista....Nuevamente llegó la hora de la verdad ¡somos Chávez!, pero en este caso ya esta no tiene después.

Consejo Editorial de La Guarura Impresa

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