Por: Gonzalo Civila López
¿Qué es la política? Desde su origen etimológico, la palabra
“política” remite al ámbito de lo “público”, de lo comunitario, de lo
colectivo. El concepto de “lo político” comprende también como uno de sus
aspectos fundamentales el ejercicio de poder en múltiples formas y modalidades.
Siguiendo al filósofo argentino Enrique Dussel, diremos que es equivocada (por
reduccionista) la identificación de lo político con lo político corrupto, así
como es erróneo el difundido discurso que asimila poder a dominación, suponiendo
que no hay otro modo posible de construirlo y ejercerlo.
Es también incorrecta la identificación de luchas de poder con luchas por cargos o posiciones institucionales, de igual modo que la reducción del campo de lo político al Estado o al sistema de partidos (aunque este último sea consustancial a una organización política pluralista en nuestras formaciones sociales).
Para Dussel lo político se corrompe cuando se incurre en lo que denomina “fetichismo del poder”, que se expresa en el ejercicio autorreferencial de la autoridad: “el actor político…cree poder afirmar a su propia subjetividad o a la institución en la que cumple alguna función…como la sede o fuente del poder político…De esta manera, por ejemplo, el Estado se afirma como soberano, última instancia del poder; en esto consistiría el fetichismo del poder del Estado y la corrupción de todos aquellos que pretendan ejercer el poder estatal así definido” y agrega: “La corrupción es doble: del gobernante que se cree sede soberana del poder y de la comunidad política que se lo permite, que se lo consiente, que se torna servil en vez de ser actora de lo político”[1]. A esto se opone una concepción democrática y popular de la política, que reconoce en el pueblo a la referencia primera y última del poder[2]. En resumen, Dussel reivindica el ejercicio obediencial del poder (“mandar obedeciendo”, como dijera el subcomandante Marcos) en oposición al ejercicio autorreferencial (“mandar mandando”) que corrompe, desnaturaliza la política.
Se podría acusar a este planteo de incurrir en una idealización de la política, hipostaséandola y escindiéndola de los aspectos estructurales (de la producción y reproducción de la vida material de la sociedad), perdiendo la perspectiva de la totalidad y mistificando la dominación en aras de un supuesto y abstracto “interés universal” (lo cual sería propio del fragmentador pensamiento burgués-liberal – u otros mecanicismos – y no de un enfoque materialista dialéctico). Sin embargo, es preciso aclarar que Dussel concibe a la “voluntad-de-vida”[3] de los miembros del pueblo como “la determinación material fundamental de la definición del poder político”, y por ende, a la política (teóricamente hablando) como “una actividad que organiza y promueve la producción, reproducción y aumento de la vida de sus miembros”[4]. Por otra parte (y más allá de la inevitable idealización teórica, analítica) lo político real y concreto no está aquí planteado como un ámbito puro, exento de contradicciones, sino que, por el contrario, se lo define como un campo de conflicto, atravesado por fuerzas en pugna, que no puede en absoluto sustraerse a la lucha de clases o bloques sociales. En efecto, la superación de la política corrupta, del poder ejercido como dominación, demanda una lucha consciente y organizada del pueblo por su liberación, dándose incluso en algunas experiencias históricas aquella paradoja que señalara Marx cuando, refiriéndose a la VI Dieta renana, observó: “Nos encontramos aquí con el curioso espectáculo, basado tal vez en la esencia misma de la Dieta, de que las provincias en vez de luchar por medio de quienes las representan, tengan que luchar en contra de ellos”[5]. En síntesis, reivindicar un ejercicio obediencial del poder es – en una formación de clases – comprometerse con los intereses de las grandes mayorías, con los oprimidos del sistema, en última instancia (y apelando a términos gramscianos) con el bloque social subalterno y contra-hegemónico.
Dicho esto, complementamos afirmando que en una democracia popular no debe tratarse únicamente del ejercicio obediencial de un poder “delegado” en su más típica expresión moderna (ámbito de la democracia representativa, que siempre implica – como señalara Marx – un nivel de alienación) sino también de la transferencia – restitución – de resortes de poder a la sociedad, garantizando la participación efectiva de las grandes masas movilizadas. En este punto, conviene recordar algunos conceptos de nuestra estrategia de Democracia Sobre Nuevas Bases: “Para los socialistas la participación constituye una práctica de real Democracia, de auténtico ejercicio de la capacidad de decisión popular, en las cuestiones nacionales y también de la vida cotidiana. Esto nos conduce por el camino de la desmitificación de los engranajes de la dominación burguesa y lleva a la profundización de la capacidad crítica, la conciencia y el compromiso. Implica el desarrollo de la responsabilidad del Pueblo en el estudio y la toma de decisiones de los más diversos problemas; implica ganar cada vez más espacios de poder en la lucha de clases. Es un proceso de aprendizaje de nuevos valores de convivencia social, diametralmente opuestos a las del individualismo y la competencia, que internaliza el sistema capitalista”[6].
¿A colación de que traemos todas estas referencias? Es que “el socialismo es posible” es un medio de opinión política, y nuestras miradas no son ingenuas, expresan un compromiso profundo e inclaudicable con una concepción socialista del hombre, de la sociedad y de la vida. No miramos “desde ningún lugar”, nuestro compromiso histórico es con la clase trabajadora, con la causa de las grandes mayorías nacionales y populares.
Este aporte comporta entonces una reivindicación de la política y de la ideología. De lo político como lugar de lo público, de la política hecha desde las ideas, desde los principios y los intereses de los sectores populares. De una política auténticamente democrática y pluralista, que asume la diversidad humana, la valora y la promueve, a la vez que combate la desigualdad, la explotación y toda forma de opresión de unos seres humanos sobre otros, garantizando la vida de todos.
Como solemos decir, se ha hecho casi “sentido común” la idea de que es preciso replegarse al “espacio privado”, se ha exaltado lo “individual” y deslegitimado lo colectivo, se ha promovido sistemáticamente la desrresponsabilización, reduciendo al ciudadano a mero consumidor. Esto no es fortuito o casual. Es que las clases dominantes se apropiaron cuanto han podido de lo público, desprestigiando la política no sólo con su prédica sino también con sus prácticas corruptas y clientelares. El ejercicio autorreferencial del poder, la politiquería burguesa de las transacciones privadas (de la cual la izquierda siempre debe preservarse) parece haberse naturalizado en nuestras sociedades. Para cerrar el círculo vicioso de la dominación, se ha instalado como dato cultural la idea de que no hay salida posible desde la política, de que “los políticos son todos iguales”. Mientras tanto, en todo el mundo, algunas expresiones de la “izquierda” degeneran hacia el infantilismo voluntarista (inocuo y en última instancia funcional al sistema) o hacia el “pragmatismo” que descalifica a la ideología, negándose a hablar de capitalismo y socialismo, mientras se instala cómodamente en la administración del sistema reproduciendo viejas prácticas de la derecha. Sobre esta variante “posmoderna” dice Terry Eagleton con fina ironía: “El poder del capital es ahora tan terriblemente familiar, tan sublimemente omnipotente y omnipresente que incluso vastos sectores de la izquierda han logrado naturalizarlo, tomándolo por garantizado como una estructura tan inconmovible que es como si apenas tuvieran coraje para hablar de él. Se necesitaría, para usar una analogía adecuada, imaginar un ala derecha derrotada deseosa de embrollarse en discusiones sobre la monarquía, la familia, la muerte de la caballería y la posibilidad de reclamar la India, mientras mantiene un prudente silencio sobre aquello que, después de todo, la compromete más visceralmente, los derechos de propiedad, dado que han sido tan enteramente expropiados que parecería simplemente academicista hablar de ellos.”[7]
Sin olvidar este complejo diagnóstico, sostenemos que se están abriendo nuevos y esperanzadores caminos en nuestra América Latina. En este escenario, la viabilidad de un auténtico proyecto revolucionario implica reivindicar (desde la práctica y el discurso) nuestros objetivos históricos emancipatorios – aún no realizados – y a la política, en el sentido popular y realmente democrático al que ya nos referimos, como espacio insustituible para la transformación de la sociedad. Somos conscientes de que una política totalmente desalienada sólo será posible en una sociedad sin clases ni dominaciones de ningún tipo, pero este es el camino que – con absoluta convicción – hemos elegido para transitar hacia allí.
Ascendiendo a lo concreto…La salida superadora no exige replegarse, sino, por el contrario, irrumpir en la escena de la historia. En el Uruguay de hoy esto significa construir todos los días el gran bloque social y político de los cambios, protagonizando el proceso de transformaciones en curso, para recuperar lo público como público, democratizando la sociedad y las instituciones, en sentido contrario a las prácticas políticas cupulares y corruptas de sectores minoritarios, antinacionales y antipopulares que – unas veces por la brutal fuerza represiva del terrorismo de estado y otras veces amparándose en los mecanismos de la democracia formal – vehiculizaron la dominación y el sometimiento de nuestro pueblo a beneficio de las élites y los poderes imperialistas del mundo. ¡Cuanta reserva moral en los sectores populares, cuanta acumulación y construcción contra-hegemónica nos permitieron enfrentarlos!
El tiempo que viene será de reivindicación de la política en la lucha por el avance y la profundización de los cambios. Contra cualquier desviación institucionalista debemos ser conscientes de que no se construyen las condiciones materiales y subjetivas de la libertad sino desde las bases mismas de la sociedad. El futuro de igualdad y libertad para todos lo harán los pueblos con sus gobiernos, y un Frente Amplio activo y movilizado, un Partido Socialista organizado, vivo, democrático, inserto en la sociedad, son herramientas imprescindibles en la construcción histórica que nos ocupa en el Uruguay de hoy.
He aquí el nudo de las contradicciones que hacen a nuestro proceso de cambios – de indudable signo progresista y popular- : la organización, la movilización social, la construcción permanente de poder popular es condición necesaria del desarrollo de un proyecto de izquierda, es el proyecto transformador mismo desplegándose, concretizándose históricamente…“gobernar desde abajo” y “gobernar obedeciendo” no deben ser meras consignas vacías de contenido.
[1] DUSSEL, Enrique, 20 tesis de política, Siglo XXI, México, 2006, pág. 13-14.
[2] Esta formulación tiene algunas dificultades que se originan en la ambigüedad del término “pueblo” pero no nos detendremos en esto ahora.
[3] Sobre este concepto, dice el autor en su Tesis 2: “El ser humano es un ser viviente. Todos los seres vivientes animales son gregarios; el ser humano es originariamente comunitario. En cuanto comunidades siempre acosadas en su vulnerabilidad por la muerte, por la extinción, deben continuamente tener una ancestral tendencia, instinto, querer permanecer en la vida. Este querer-vivir de los seres humanos en comunidad se denomina voluntad. La voluntad-de-vida es la tendencia originaria de todos los seres humanos – corrigiendo la expresión trágica de A. Schopenhauer, la dominadora tendencia de la “voluntad-de-poder” de Nietzsche o de M. Heidegger…La “voluntad-de-vivir” es la esencia positiva, el contenido como fuerza, como potencia que puede mover, arrastrar, impulsar. En su fundamento la voluntad nos empuja a evitar la muerte, a postergarla, a permanecer en la vida humana” (DUSSEL, E., op.cit., pág. 23).
[4] DUSSEL, E., op.cit, pág. 24.
[5] MARX, Karl, “Los debates de la VI Dieta renana”, en: MARX, K., Obras fundamentales, vol.1, FCE, México, 1981, págs. 186-187.
[6] PARTIDO SOCIALISTA DEL URUGUAY, Democracia Sobre Nuevas Bases. Hacia una Democracia Socialista, 1984.
[7] EAGLETON, Terry, Las ilusiones del posmodernismo, Paidós, Buenos Aires 1997, pág. 47.
Es también incorrecta la identificación de luchas de poder con luchas por cargos o posiciones institucionales, de igual modo que la reducción del campo de lo político al Estado o al sistema de partidos (aunque este último sea consustancial a una organización política pluralista en nuestras formaciones sociales).
Para Dussel lo político se corrompe cuando se incurre en lo que denomina “fetichismo del poder”, que se expresa en el ejercicio autorreferencial de la autoridad: “el actor político…cree poder afirmar a su propia subjetividad o a la institución en la que cumple alguna función…como la sede o fuente del poder político…De esta manera, por ejemplo, el Estado se afirma como soberano, última instancia del poder; en esto consistiría el fetichismo del poder del Estado y la corrupción de todos aquellos que pretendan ejercer el poder estatal así definido” y agrega: “La corrupción es doble: del gobernante que se cree sede soberana del poder y de la comunidad política que se lo permite, que se lo consiente, que se torna servil en vez de ser actora de lo político”[1]. A esto se opone una concepción democrática y popular de la política, que reconoce en el pueblo a la referencia primera y última del poder[2]. En resumen, Dussel reivindica el ejercicio obediencial del poder (“mandar obedeciendo”, como dijera el subcomandante Marcos) en oposición al ejercicio autorreferencial (“mandar mandando”) que corrompe, desnaturaliza la política.
Se podría acusar a este planteo de incurrir en una idealización de la política, hipostaséandola y escindiéndola de los aspectos estructurales (de la producción y reproducción de la vida material de la sociedad), perdiendo la perspectiva de la totalidad y mistificando la dominación en aras de un supuesto y abstracto “interés universal” (lo cual sería propio del fragmentador pensamiento burgués-liberal – u otros mecanicismos – y no de un enfoque materialista dialéctico). Sin embargo, es preciso aclarar que Dussel concibe a la “voluntad-de-vida”[3] de los miembros del pueblo como “la determinación material fundamental de la definición del poder político”, y por ende, a la política (teóricamente hablando) como “una actividad que organiza y promueve la producción, reproducción y aumento de la vida de sus miembros”[4]. Por otra parte (y más allá de la inevitable idealización teórica, analítica) lo político real y concreto no está aquí planteado como un ámbito puro, exento de contradicciones, sino que, por el contrario, se lo define como un campo de conflicto, atravesado por fuerzas en pugna, que no puede en absoluto sustraerse a la lucha de clases o bloques sociales. En efecto, la superación de la política corrupta, del poder ejercido como dominación, demanda una lucha consciente y organizada del pueblo por su liberación, dándose incluso en algunas experiencias históricas aquella paradoja que señalara Marx cuando, refiriéndose a la VI Dieta renana, observó: “Nos encontramos aquí con el curioso espectáculo, basado tal vez en la esencia misma de la Dieta, de que las provincias en vez de luchar por medio de quienes las representan, tengan que luchar en contra de ellos”[5]. En síntesis, reivindicar un ejercicio obediencial del poder es – en una formación de clases – comprometerse con los intereses de las grandes mayorías, con los oprimidos del sistema, en última instancia (y apelando a términos gramscianos) con el bloque social subalterno y contra-hegemónico.
Dicho esto, complementamos afirmando que en una democracia popular no debe tratarse únicamente del ejercicio obediencial de un poder “delegado” en su más típica expresión moderna (ámbito de la democracia representativa, que siempre implica – como señalara Marx – un nivel de alienación) sino también de la transferencia – restitución – de resortes de poder a la sociedad, garantizando la participación efectiva de las grandes masas movilizadas. En este punto, conviene recordar algunos conceptos de nuestra estrategia de Democracia Sobre Nuevas Bases: “Para los socialistas la participación constituye una práctica de real Democracia, de auténtico ejercicio de la capacidad de decisión popular, en las cuestiones nacionales y también de la vida cotidiana. Esto nos conduce por el camino de la desmitificación de los engranajes de la dominación burguesa y lleva a la profundización de la capacidad crítica, la conciencia y el compromiso. Implica el desarrollo de la responsabilidad del Pueblo en el estudio y la toma de decisiones de los más diversos problemas; implica ganar cada vez más espacios de poder en la lucha de clases. Es un proceso de aprendizaje de nuevos valores de convivencia social, diametralmente opuestos a las del individualismo y la competencia, que internaliza el sistema capitalista”[6].
¿A colación de que traemos todas estas referencias? Es que “el socialismo es posible” es un medio de opinión política, y nuestras miradas no son ingenuas, expresan un compromiso profundo e inclaudicable con una concepción socialista del hombre, de la sociedad y de la vida. No miramos “desde ningún lugar”, nuestro compromiso histórico es con la clase trabajadora, con la causa de las grandes mayorías nacionales y populares.
Este aporte comporta entonces una reivindicación de la política y de la ideología. De lo político como lugar de lo público, de la política hecha desde las ideas, desde los principios y los intereses de los sectores populares. De una política auténticamente democrática y pluralista, que asume la diversidad humana, la valora y la promueve, a la vez que combate la desigualdad, la explotación y toda forma de opresión de unos seres humanos sobre otros, garantizando la vida de todos.
Como solemos decir, se ha hecho casi “sentido común” la idea de que es preciso replegarse al “espacio privado”, se ha exaltado lo “individual” y deslegitimado lo colectivo, se ha promovido sistemáticamente la desrresponsabilización, reduciendo al ciudadano a mero consumidor. Esto no es fortuito o casual. Es que las clases dominantes se apropiaron cuanto han podido de lo público, desprestigiando la política no sólo con su prédica sino también con sus prácticas corruptas y clientelares. El ejercicio autorreferencial del poder, la politiquería burguesa de las transacciones privadas (de la cual la izquierda siempre debe preservarse) parece haberse naturalizado en nuestras sociedades. Para cerrar el círculo vicioso de la dominación, se ha instalado como dato cultural la idea de que no hay salida posible desde la política, de que “los políticos son todos iguales”. Mientras tanto, en todo el mundo, algunas expresiones de la “izquierda” degeneran hacia el infantilismo voluntarista (inocuo y en última instancia funcional al sistema) o hacia el “pragmatismo” que descalifica a la ideología, negándose a hablar de capitalismo y socialismo, mientras se instala cómodamente en la administración del sistema reproduciendo viejas prácticas de la derecha. Sobre esta variante “posmoderna” dice Terry Eagleton con fina ironía: “El poder del capital es ahora tan terriblemente familiar, tan sublimemente omnipotente y omnipresente que incluso vastos sectores de la izquierda han logrado naturalizarlo, tomándolo por garantizado como una estructura tan inconmovible que es como si apenas tuvieran coraje para hablar de él. Se necesitaría, para usar una analogía adecuada, imaginar un ala derecha derrotada deseosa de embrollarse en discusiones sobre la monarquía, la familia, la muerte de la caballería y la posibilidad de reclamar la India, mientras mantiene un prudente silencio sobre aquello que, después de todo, la compromete más visceralmente, los derechos de propiedad, dado que han sido tan enteramente expropiados que parecería simplemente academicista hablar de ellos.”[7]
Sin olvidar este complejo diagnóstico, sostenemos que se están abriendo nuevos y esperanzadores caminos en nuestra América Latina. En este escenario, la viabilidad de un auténtico proyecto revolucionario implica reivindicar (desde la práctica y el discurso) nuestros objetivos históricos emancipatorios – aún no realizados – y a la política, en el sentido popular y realmente democrático al que ya nos referimos, como espacio insustituible para la transformación de la sociedad. Somos conscientes de que una política totalmente desalienada sólo será posible en una sociedad sin clases ni dominaciones de ningún tipo, pero este es el camino que – con absoluta convicción – hemos elegido para transitar hacia allí.
Ascendiendo a lo concreto…La salida superadora no exige replegarse, sino, por el contrario, irrumpir en la escena de la historia. En el Uruguay de hoy esto significa construir todos los días el gran bloque social y político de los cambios, protagonizando el proceso de transformaciones en curso, para recuperar lo público como público, democratizando la sociedad y las instituciones, en sentido contrario a las prácticas políticas cupulares y corruptas de sectores minoritarios, antinacionales y antipopulares que – unas veces por la brutal fuerza represiva del terrorismo de estado y otras veces amparándose en los mecanismos de la democracia formal – vehiculizaron la dominación y el sometimiento de nuestro pueblo a beneficio de las élites y los poderes imperialistas del mundo. ¡Cuanta reserva moral en los sectores populares, cuanta acumulación y construcción contra-hegemónica nos permitieron enfrentarlos!
El tiempo que viene será de reivindicación de la política en la lucha por el avance y la profundización de los cambios. Contra cualquier desviación institucionalista debemos ser conscientes de que no se construyen las condiciones materiales y subjetivas de la libertad sino desde las bases mismas de la sociedad. El futuro de igualdad y libertad para todos lo harán los pueblos con sus gobiernos, y un Frente Amplio activo y movilizado, un Partido Socialista organizado, vivo, democrático, inserto en la sociedad, son herramientas imprescindibles en la construcción histórica que nos ocupa en el Uruguay de hoy.
He aquí el nudo de las contradicciones que hacen a nuestro proceso de cambios – de indudable signo progresista y popular- : la organización, la movilización social, la construcción permanente de poder popular es condición necesaria del desarrollo de un proyecto de izquierda, es el proyecto transformador mismo desplegándose, concretizándose históricamente…“gobernar desde abajo” y “gobernar obedeciendo” no deben ser meras consignas vacías de contenido.
[1] DUSSEL, Enrique, 20 tesis de política, Siglo XXI, México, 2006, pág. 13-14.
[2] Esta formulación tiene algunas dificultades que se originan en la ambigüedad del término “pueblo” pero no nos detendremos en esto ahora.
[3] Sobre este concepto, dice el autor en su Tesis 2: “El ser humano es un ser viviente. Todos los seres vivientes animales son gregarios; el ser humano es originariamente comunitario. En cuanto comunidades siempre acosadas en su vulnerabilidad por la muerte, por la extinción, deben continuamente tener una ancestral tendencia, instinto, querer permanecer en la vida. Este querer-vivir de los seres humanos en comunidad se denomina voluntad. La voluntad-de-vida es la tendencia originaria de todos los seres humanos – corrigiendo la expresión trágica de A. Schopenhauer, la dominadora tendencia de la “voluntad-de-poder” de Nietzsche o de M. Heidegger…La “voluntad-de-vivir” es la esencia positiva, el contenido como fuerza, como potencia que puede mover, arrastrar, impulsar. En su fundamento la voluntad nos empuja a evitar la muerte, a postergarla, a permanecer en la vida humana” (DUSSEL, E., op.cit., pág. 23).
[4] DUSSEL, E., op.cit, pág. 24.
[5] MARX, Karl, “Los debates de la VI Dieta renana”, en: MARX, K., Obras fundamentales, vol.1, FCE, México, 1981, págs. 186-187.
[6] PARTIDO SOCIALISTA DEL URUGUAY, Democracia Sobre Nuevas Bases. Hacia una Democracia Socialista, 1984.
[7] EAGLETON, Terry, Las ilusiones del posmodernismo, Paidós, Buenos Aires 1997, pág. 47.
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