Por: Roosevelt Barboza.
Confesemos que hoy, como todos los días al abrir la página
de Aporrea, tuvimos una mezcla de sentimientos muy contrastantes. El primero
fue de agrado pues encontramos un artículo que ingresa entre los temas que se
hace urgente abordar: el de la crítica y autocrítica, algo muy ausente del
debate político aquí. Luego fue estupefacción, disgusto y mucha ira, por usar
un término tolerable. Nada puede ser peor que la torpeza que reitera la
terquedad. Y es lo que vemos con frecuencia en muchas de las acciones de gobierno.
El artículo que nos interesó de entrada, lleva como título
algo así como “Critico o callo”. Bueno, pues refleja algo que muchos sienten
pero no expresan, aunque ahora comienza a abrirse esa compuerta. Compartimos
casi en su totalidad el sentido; el callar se ha hecho norma, y al que protesta
que es así que se considera el criticar, se le aparta como si fuera leproso. Si
tenemos razón en lo que argumentamos, ¿qué nos obliga a callar? ¿Por qué no
debatimos nuestros puntos de vista?
El silencio es contrarrevolucionario. Los nariceados, que
son aquellos que quieren criticar pero callan en lugar de hacerlo, pueden
construir cualquier cosa, menos una revolución. No les es obligante ello. El
que se califique o pretenda ser revolucionario debe tener esa práctica. El que
tema el argumento que se le oponga a su hacer y busca callar esa opinión,
camina por el sendero equivocado. Ábranse las mil alamedas para que por ella
circulen las críticas. Bienvenidas sean, pues ellas cuanto más ácida puedan
ser, más propenderán a nuestro crecimiento.
El segundo que nos interesó, es una reseña que no puede
generar otra cosa más que indignación, pasado el estupor que genera la noticia.
Hace referencia el mismo, a la detención por el SEBIN del ciudadano de origen
vasco, Asier Juridi. Tiene Juridi viviendo en Venezuela más de 10 años con una
conducta hasta hoy impecable. De nada le sirvió ese vivir como una persona
decente, porque parece ser que ahora se ha transformado en peligroso ser vasco
también en Venezuela. Nada le asegura hoy a quien eligió nuestro país por la
protección que siempre brindó a los perseguidos, que no le detengan y le lleven
hasta el punto cercano a la deportación con o sin decisión judicial, en este
caso precisamente hacia uno de los Estados más criticados y condenados por
TORTURA en el mundo, como lo es el español.
Juridi fue detenido cuando trasladaba a su hijo al colegio.
Llevaba también a su trabajo a su esposa. ¡Momento inolvidable para ese niño!
Quién puede dudar que él nunca olvidará ya esa alucinante sorpresa que le
obligaron a vivir. No se le podía permitir a Juridi llegar con su hijo hasta
ese antro que llaman escuela, -lugar cuyo único interés es el de impartir
conocimiento, ¡conocimiento!, vaya barbaridad entre todas las barbaries-, y luego
sí detenerlo, tal como era la intención del SEBIN.
Una de las reseñas que leímos, señala que en la detención de
Juridi participaron también la policía española y la francesa. ¡Casi nada! Si
es así es una afrenta. Estas dos naciones por lo que hemos visto, van rueda
libre hacia el fascismo. La conducta que asoman no admiten duda alguna. Las
autoridades nacionales están obligadas a aclarar esto: ¿intervinieron o no
fuerzas extrañas a las nacionales en la detección y captura de Juridi, y si fue
así cuál fue la razón que permitió tal tropelía? ¿Pueden fuerzas extrañas
participar en la búsqueda y captura de ciudadanos cualquiera sea su
nacionalidad en nuestro territorio? ¿Nuestras autoridades permiten tamaño
desafuero? ¿Por qué? El gobierno, a través de su Canciller está obligado a
aclarar este nefando hecho.
Hace ya muchos años pero nunca tantos como para que los
hayamos olvidado, una pareja vasca fue acribillada al abrir la puerta de su
vivienda en Maripérez, Caracas. Nunca fueron descubiertos los autores. Ni
siquiera se sospecharon en aquel momento posibles autorías. Hoy, luego de haber
incursionado algunas lecturas sobre el tema, nos atrevemos a acusar a las
fuerzas represivas españolas como responsables en ese aberrante crimen.
Ya en los inicios del período de Chávez, la esposa de otro
vasco se sintió perseguida. Llegó para su suerte hasta el Complejo Cultural
Teresa Carreño donde al gritar pidiendo auxilio, fue rodeada de gente que le
protegió y ahuyentó a los bandidos que no eran otros que policías españoles. No
hubo duda de ello, como tampoco no hubo una investigación que lograra aclarar
el hecho y permitiera también establecer correctivos para esas acciones que
vulneran la soberanía no se repitieran. Posiblemente la verdadera intención
fuera secuestrarla para con ello extorsionar a su esposo para que se entregara
a cambio de la libertad de ella.
En el Aeropuerto Internacional de Maiquetía, el 28 de marzo
de 2010, fue detenido por el SEBIN Walter Wendolin, militante independentista
vasco que ya había visitado Venezuela, y participado en un foro
antiimperialista, en el mes de diciembre de 2009. Llegaba de México y tenía
previsto viajar a Francia luego de su visita a Caracas. Deportado directamente
a lo que era su destino final, desde donde pocas horas después, lo enviaron a
Euskadi. En Venezuela no se le brindó ningún tipo de asistencia jurídica pese a
la presión de la militancia de izquierda. Abrumó el avasallamiento a la
legalidad. No existía ninguna requisitoria en contra suya, pero ese detalle nada
valió para quienes ordenaron su apresamiento.
La Embajada de España en Venezuela declaró que había
participado junto a las autoridades venezolanas en esos tristes eventos, y
además de agradecer a las autoridades esa colaboración, señalaron que así era que
combatían el “terrorismo”. El gobierno venezolano no deslindó de esas
afirmaciones, lo que las convalida.
Pero no ha sido solamente la policía española la que se ha
burlado de Venezuela con esas prácticas. Recordamos la detención de Jaime
Ballestas en un automercado de la capital por fuerzas del DAS. Ese impasse casi
provoca una desgracia de haberse dado el enfrentamiento con las autoridades
venezolanas que interrumpieron la acción del DAS. En ese momento, sin tomar en
cuenta la situación de Ballestas –su condición de beligerante-, fue entregado a
la policía colombiana pasando por alto a los tribunales.
También recordamos el secuestro de Granda, en Caracas.
Atravesaron fronteras hasta el suelo colombiano expeditos, sin ninguna
dificultad. Habían sobornado a algún miembro de la milicia venezolana que
colaboró a tal fin. El gobierno colombiano de la época, y tal como era su
característica, mintió aduciendo que habían capturado en Cúcuta a Granda.
Las investigaciones permitieron determinar con exactitud
cómo fue que se dieron los hechos. El gobierno venezolano sin percatarse de la
debilidad que demostraba con ello, permitió que ese gravísimo delito pasara por
debajo de la mesa. En nuestro entender se debió de exigir como reparación,
aparte de la imprescindible disculpa diplomática, la devolución, sin
condicionantes de Granda. Pero… qué hacer, así se dieron los hechos. Se debe
destacar que lo grave en sí de esto es que la dignidad de la nación es siempre
en estos casos la que se agravia.
Las fuerzas que se identifican con la izquierda no solo
deben exigir al gobierno de Maduro no sólo que no se repitan estos hechos, sino
que también liberen de una buena vez a Julián Conrado. Si por una u otra razón
las autoridades del país están impedidas de hacerlo, bien pueden gestionar su
acogida antes los gobiernos de Ecuador o Bolivia o Brasil, o Argentina o
Uruguay que, presentimos, le darán la protección y cuidado que requiere. A su
vez la exigencia tiene que extenderse hacia Asier Juridi, padre de un niño
venezolano que seguro aún vive la inquietud que se originó por la detención de
su padre. ¡Ah!, por si fuera poco, según señalan algunos medios, su esposa es
venezolana.
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