Por: Immanuel Wallerstein.
Durante el último mes, por lo menos, el mundo parece haber
estado discutiendo nada menos que si Estados Unidos se involucrará –y cuándo–
en un ataque punitivo aéreo de algún tipo contra el régimen de Bashar al-Assad
en Siria. Tres cuestiones resaltan acerca de esta discusión. Primero, está
llena de sorpresas en cada uno de los aspectos del asunto, incluida (tal vez
especialmente) la más reciente propuesta rusa de que las armas químicas sirias
sean entregadas a alguna agencia internacional. Segundo, el grado de oposición
mundial a una intervención estadunidense ha sido extremadamente alta. Tercero,
casi todos los actores han hecho declaraciones públicas que no parecen reflejar
sus verdaderas preocupaciones o intenciones.
Comencemos con la llamada propuesta rusa inesperada, que el
ministro de Relaciones Exteriores de Siria apoya. ¿Fue ésta en realidad el
resultado de un comentario sin seriedad, a botepronto, del secretario de Estado
John Kerry retomado inteligentemente por los rusos el día antes de que
estuviera programado el presidente Obama para expresar su petición al pueblo
estadunidense de respaldo al ataque militar? Parece que no. Aparentemente Kerry
y el ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, estuvieron
discutiendo la posibilidad por más de un año sin hacer aspavientos.
La oposición mundial a un ataque estadunidense, incluida la
oposición al interior de Estados Unidos, ha sido notable de dos formas. Esta es
la primera vez desde 1945 que el gobierno estadunidense se enfrenta con ese
grado de oposición interna a tal acción propuesta, especialmente en el
Congreso, que hasta ahora siempre había seguido la corriente casi por rutina.
Es más, la oposición proviene de diferentes sectores y por
diferentes razones, lo que la hace tan poderosa. El presidente Obama intentó
desalentar la oposición prometiendo realizar únicamente un ataque "limitado".
Esto, de hecho, incrementó la oposición, añadiendo a las fuerzas contrarias a
todas esas personas que en Estados Unidos, Medio Oriente y otras partes afirman
que es insostenible un ataque "limitado", que con toda seguridad sería
ineficaz e inaceptable debido a que sería "limitado".
¿Fue entonces Obama incompetente, o engañoso, o quedó
meramente constreñido por la relativa decadencia del poderío estadunidense en
el mundo? Probablemente las tres cosas. En su mensaje al Congreso y en sus
declaraciones a su personal clave, la fuerza motivadora tras sus acciones puede
verse con claridad. El asesor adjunto de seguridad nacional de Obama, Benjamin
J. Rhodes, lo hizo explícito: "Durante décadas Estados Unidos ha jugado el
papel de ceñir la arquitectura de seguridad global y de hacer cumplir las
normas internacionales. Y no queremos enviar el mensaje de que Estados Unidos
se está bajando de ese negocio, de ningún modo".
Ése es precisamente el problema. Estados Unidos ya no tiene
el poder para hacer cumplir sus decisiones. Pero Obama es renuente a reconocer
esa realidad. Es precisamente este hecho lo que enfatizan muchos oponentes.
Tomemos tan sólo dos: el superior de los jesuitas, el padre Adolfo Nicolás, y
el presidente ruso, Vladimir Putin. El padre Nicolás dijo: "Pienso que una
intervención militar es, en sí misma, un abuso de poder. Estados Unidos debe
dejar de actuar y reaccionar como peleonero en el barrio del mundo". Y Putin
dijo en un artículo en The New York Times que disentía de la
declaración de Obama acerca del "excepcionalismo" estadunidense. Es
extremadamente peligroso alentar a la gente a verse a sí misma como
excepcional”. Intenten imaginar a Joseph Stalin haciendo tal afirmación acerca
de Estados Unidos y a The New York Times publicándolo. Los tiempos
han cambiado.
Finalmente, es ésta la razón por la que no podemos dar por
hecho las declaraciones públicas de ninguno de los actores. Por ejemplo,
abastecimiento de armas a los rebeldes. No tengo duda de que la CIA, Arabia
Saudita y Qatar han estado enviando algunas armas. Pero, ¿qué tantas? Los tres
países están asustados por la perspectiva de que estas armas fortalezcan, a
final de cuentas, a sus reales enemigos. Para casi todo mundo en la región
Assad no es un problema. Es mejor para ellos que Al Qaeda. Esto es cierto aun,
o especialmente, para los israelíes. Pero todos ellos tienen preocupaciones que
no implican a Siria. Israel quiere que Estados Unidos se comprometa con una
acción militar como preludio de una acción contra Irán. Arabia Saudita quiere
asegurar su liderazgo en el mundo árabe mediante una juiciosa y limitada acción
en Siria. Qatar quiere contener a Arabia Saudita. Y el ejército egipcio por
supuesto prefiere a Assad que a ningún otro.
¿Adónde entonces nos dirigimos? La guerra civil siria
continuará por largo tiempo. Siria puede terminar como una serie de feudos bajo
el control de diferentes fuerzas armadas. La comunidad cristiana puede
desaparecer casi por completo tras casi dos milenios de existencia ahí. Los halcones que
pretenden una guerra más amplia continuarán pujando por ella en todas partes.
Las posibilidades de esta expansión son pequeñas, pero están muy lejos del
cero. Debemos mantener con gran energía la oposición a una intervención militar
injustificada en Siria por parte de Estados Unidos.
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