Por: Luis Salas Rodríguez.
1. La inflación no es una distorsión de los mercados. Es una
operación de transferencia de los ingresos y de la riqueza social desde un(os)
sector(res) de la población hacia otro(s) por la vía del aumento de los
precios. En lo fundamental, esta transferencia se produce desde los asalariados
hacia los empresarios, pero también desde un fracción del empresariado hacia otra
fracción de los mismos. O dicho de manera más clara: en la inflación se expresa
la lucha de fracciones o sectores empresariales (en especial los más
concentrados) por incrementar sus ganancias a costa del salario de los
trabajadores (es decir, de la mayoría de la población) pero también con cargo a
las ganancias de otros sectores empresariales en especial los pequeños,
medianos y menos concentrados. Adicionalmente, tal y como ocurre
actualmente en Argentina o como ocurrió durante el gobierno de Salvador Allende,
la inflación se usa como herramienta de lucha política. Para presionar a
gobiernos, imponer intereses o simple y llanamente conspirar desesperando a la
población, desmoralizándola y atizando el odio en la misma al confrontarla
entre ella. Es por este motivo que en los casos en que se le utiliza
abiertamente como herramienta de lucha política el correlato es la escasez: es
la condición necesaria para imponer la lógica de la sobrevivencia del más
fuerte, que en este caso se expresa a través del que tiene más plata al momento
para comprar o el que llega más rápido y se lleva toda la existencia en una
especie de saqueo organizado. La inflación es el correlato económico del
fascismo político.
2. Una de las primeras conclusiones que se pueden sacar de lo
anterior es que no tiene mucho sentido seguir hablando de “inflación y escasez”
cuando de lo que estamos hablando es de especulación, usura y
acaparamiento. Pero la diferencia entre los términos no es solo nominal: es de
sentido. En el primer caso, pareciera como si tales cosas ocurren de manera
accidental y no deseada, más allá de la voluntad de los comerciantes quienes
según las teorías dominantes se reducen a ser “tomadores de precios”, o en
última instancia, reaccionan racionalmente ante las amenazas de la
irresponsable intervención estatal. Pero en el segundo caso queda en evidencia
el conflicto poder involucrado en la dinámica de la formación de precios. No se
trata de accidentes ni de desequilibrios si no de prácticas deliberadas puestas
en función de propósitos deliberados. Claro que cuando estas prácticas se
producen tienden a reproducirse más allá de sus responsables inmediatos y se
generalizan. De tal suerte, el pequeño o mediano comerciante afectado por los
precios impuestos por el proveedor oligopólico necesariamente sube los suyos
pues de lo contrario correrá el riesgo de sufrir pérdidas. Pero también
pasa que pequeños comerciantes especulan incluso muy por encima de las grandes
empresas aprovechándose de sus vecinos y conocidos, tal y como somos testigos
tanto en zonas rurales como populares pero también en zonas urbanizadas.. Esto
último es uno de los efectos más perversos de las prácticas especulativas y
acaparadoras como estrategia de captación de ganancias extraordinarias, y a su
vez, una de las razones por las cuales es tan difícil combatirlas
3. El problema del aumento de los precios en nuestro país,
así como los conexos de especulación y el acaparamiento, no podrán solucionarse
satisfactoriamente, en términos justos y definitivos mientras no se cambie la
manera unilateral e interesada de ver dichos asuntos, esta es: la teoría
económica transformada en sentido común y expresada con distintos grados de
intensidad tanto por ciertas izquierdas como por derecha según la cual dicho
aumento de precios consiste en un problema inflacionario derivado
particularmente de la intervención del Estado en el libre juego de la oferta y
la demanda en medio de mercados que, por su propia naturaleza, tendería al
equilibrio si se elimina dicha intervención. Dicho en otras palabras, lo que
sostengo para el caso de la economía es lo mismo que todo médico (y también
todo paciente) sabe que aplica para el caso de la medicina: si se falla en el
diagnóstico necesariamente se falla en el tratamiento, de modo tal que se corre
el riesgo no solo de no curar la verdadera enfermedad sino de agravarla al
tiempo que se causan males secundarios debidos a la aplicación de un
tratamiento incorrecto. En nuestro caso, el mal diagnóstico comienza cuando se
habla de “inflación” para referirse al problema de los altos precios de los
bienes y servicios. Y sigue cuando se afirma que dicho problema es causado por
la intervención del Estado –bien controlando los precios, bien aumentando
unilateralmente los salarios, bien subsidiando los productos o bien emitiendo
dinero para aumentar ficticiamente la demanda (el clásico tema del Estado
populista que “regala” el dinero a los pobres a través de becas, etc.)- en
medio de una realidad que sería armónica de no mediar dicha intervención. El lugar
del paciente más que “la economía venezolana” en términos abstractos aquí lo
ocupan los consumidores (que a su vez son trabajadores asalariados en su gran
mayoría, o pequeños productores y comerciantes que se ven espoleados por los
más grandes) que deben cobrar mayor conciencia no sólo de que el conocimiento
de los males que lo afectan es condición esencial para iniciar la recuperación
y eliminar los padecimientos, sino que su papel debe ser más activo para que
sea efectiva dicha recuperación.
4. El afirmar que la inflación se debe a un desbalance entre
producción y consumo, siendo que este último sobrepasa la capacidad de la
primera, es repetir una matriz tanto falsa como peligrosa. Si este último fuese
el caso entonces en Venezuela hubiese hiperinflación desde los años cincuenta
porque desde mediados de aquella década tal desfase existe en mayor o menor
grado. Pero además, aunque bien es cierto que dicha brecha es propiciadora de
la subida de los precios no explica por qué suben, pues en última instancia lo
que lo explica es que en situaciones como esas los vendedores aprovechan para
aumentar sus márgenes de ganancias a costilla de los compradores. El que eso
parezca normal es precisamente el mejor indicador del problema, en el sentido
de la manera cómo se naturaliza la práctica capitalista. Lo que quiero decir es
que en una situación de escasez –real o ficticia, accidental o provocada- o
donde la demanda de la población está muy por encima de la capacidad de
satisfacerla bien por la producción interna o bien por las importaciones, no
supone de suyo que los precios aumenten. Los precios aumentan no por la escasez
en sí misma si no por las relaciones en medio de las cuales se producen que, en
el caso de las economías capitalistas están mediadas por el afán de lucro
individual a través de la explotación del otro -el egoísmo, tal y como lo llamó
bien temprano Adam Smith o la “maximización de los beneficios”, tal y como lo
dirían más tarde elegantemente los utilitaristas y neoclásicos. Ese egoísmo y
el marco de competencia sobre el cual se da es lo que lo propicia y explica.
5. La inflación no existe: en la vida real, esto es, cuando
una persona va a un local y se encuentra con que los precios han aumentado no
está en presencia de una “inflación”. En realidad, lo que tiene al frente es
justamente eso: un aumento de los precios, problema del cual la inflación en
cuanto teoría y sentido común dominante se presenta como la única explicación
posible cuando en verdad es tan sólo una y no la mejor. Se presenta como la
única posible porque es la explicación del sector dominante de la economía en
razón de la cual se la impone al resto. En tal sentido, debemos ver cómo se
forma y cómo funciona esta idea, pero sobre todo qué cosa no nos muestra, qué
cuestiones claves no nos deja ver ni nos explica tras todo lo que dice
mostrarnos y explicarnos como obvio.
6. El control de precios en los mercados es un falso
problema porque en los mercados los precios siempre están controlados: en
realidad, cuando los economistas se refieren al control de los precios como
problema se están refiriendo al control de precios del Estado. Para la mayoría
de ellos, debe dejarse que el “libre juego” de la oferta y la demanda se
realice y autorregule los mercados. Sin embargo, en la única economía donde esa
autorregulación funciona es en la de los manuales con que estudiaron dichos
economistas. En un mercado suele suceder que los precios son impuestos por los
productores y los ofertantes. Y en el caso venezolano eso es todavía más cierto
dadas las condiciones oligopólicas y monopólicas de producción y
comercialización. En este sentido, la opción al que el Estado controle los
precios es que los precios sean controlados por los comerciantes y los
productores, los cuales dadas las asimetrías correspondientes tenderán –como
viene ocurriendo en la práctica más allá de la regulación- a imponerle al
consumidor condiciones que van en desmedro de sus intereses. Por lo demás,
argumentar que hay que eliminar un control de precios porque es malo, no cumple
con su cometido, hace que suban más los precios, que se cree un mercado negro,
el contrabando o la fuga de divisas, es tan absurdo como decir que hay que
eliminar el código penal o las cárceles porque las autoridades no pueden meter
a todos los delincuentes presos o existe impunidad. Nadie en su sano juicio
pensaría eso. Si el control de precios no funciona o tiene fallas hay que
mejorarlo pero no quitarlo pues quitarlo no soluciona el problema. Si el Estado
no controla los precios los precios seguirán siendo controlados y nunca
existirán mercados perfectamente equilibrados por la “mano invisible” del
mercado. Eso ya lo sabía el mismísimo Adam Smith. Los precios serán impuestos
por los productores y comercializadores tácita o concertadamente en perjuicio
de los consumidores. La metáfora de la mano invisible inventada por Adam Smith
y abusada por los economistas vulgares sólo sirve para invisibilizar las manos
de quienes en verdad controlan y regulan la producción y comercialización de
bienes y por tanto los precios.
7. En nuestro país el problema de los precios no
comenzó hace 14 años. Y en honor a la verdad tampoco empezó con los adecos o el
puntofijismo, sino que forma parte de una característica intrínseca al tipo de
capitalismo desarrollado a partir de la llegada del petróleo. Lo que se quiere
decir en términos generales es que la economía capitalista venezolana se ha
caracterizado a lo largo de su historia por tener precios altos, lo cual se ha
traducido en las tasas históricamente altas de acumulación y distribución
desigual del ingreso observadas en nuestro país
8. El problema de los precios, dado lo anterior, deriva de
un problema: el de la creación, distribución y acumulación de la riqueza una
vez creada. Los precios altos no son un indicador de mercados distorsionados,
es la expresión de la lucha de clases dentro de la sociedad capitalista
venezolana.
9. El control de precios por sí solo no elimina el
problema. Es necesario pero no suficiente y de hecho puede agravarlo sino se
toman medidas complementarias al nivel de la producción (aumentar la oferta de
bienes y servicios producidos y ofertados), pero también cambiar las relaciones
de producción para evitar que la acumulación y la ganancia sigan determinando a
las relaciones entre las personas. Sustituir la acumulación individual y la
explotación como principio organizador de lo económico y social por un modelo
productivo basado en la lógica de lo común, lo cual por cierto también incluye
la creación de un novedoso y sistema bancario, financiero y de
intermediación distinto al privado pero también la público, que debería
erigirse a partir de la experiencia de la banca comunal con un doble propósito:
por una parte, financiar y reproducir el “socialismo productivo”; pero por la
otra reducir y al largo plazo evitar que la renta petrolera, el presupuesto
público en general y los propios recursos “hechos en socialismo” sigan drenando
al capital financiero y comercial aumentando las condiciones de desigualdad,
atrofia y concentración que caracterizan a nuestra economía y por tanto a
nuestra sociedad.
10. La guerra económica no es contra el gobierno, es contra
la población toda. Conspirar a través de lo económico contra el gobierno es un
pre-requisito necesario para la burguesía nacional y transnacional en vista de
profundizar su guerra estructural y mucho más prolongada contra la
población trabajadora. Es decir, la guerra contra el gobierno es una guerra
derivada de la guerra originaria, la que involucra a los capitalistas contra
los asalariados, en la medida en que la política económica del chavismo se ha
basado en una distribución más equitativa del ingreso al tiempo que ha excluido
a la burguesía del control del Estado, aspecto este clave para su práctica
histórica de acumulación de capitales en cuanto el capitalismo en Venezuela se
desarrolló históricamente como un capitalismo de y desde el Estado. En tal
virtud, no es solo el gobierno el responsable de enfrentarla y ganarla sino la
población toda, incluso aquella que no comulga con el actual gobierno pero que
igual se ve afectada. Ganar esta guerra significaría avanzar un poco más en
vista a crear una economía más democratizada y menos sujeta al malandreo de los
pranes (viejos y nuevos) que durante décadas han usufructuado la riqueza
nacional y mundial.
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