Por La Guarura Impresa
Desde hace algún tiempo no hemos podido publicar textos del
compañero Pablo Gramajo. Se encuentra
en estos momentos en territorio indígena, compartiendo la suerte de miles de hermanos
qom allá en la Argentina.
Muy de tiempo en tiempo y con escasos recursos para pagar el
internet −el cual resulta muy costoso allá (más aún para los desheredados de
estas tierras)− el compañero nos
contacta para pedir noticias del pueblo de Venezuela, y darnos a conocer parte
del alma de aquel pueblo del sur que resiste y lucha ante miles de adversidades.
Cada palabra de Pablo es poesía, porque para los
sachaperiodistas no existe discrepancia alguna entre lo estético y lo verdadero. Insuflados de ese lenguaje
milenario que nombra la injusticia allí donde más golpea a su pueblo, pero que
surge hermoso porque viene de las entrañas mismas de la tierra hecha sencillez
y ternura humana, nos escribe: "Aquí abajo las cosas duelen. Casi no hay
agua para beber".
Nos cuenta que una de las mineras más grandes allá en la
Argentina se gasta casi 40.000.000 litros de agua por día. "Una cantidad
justa como para que pueda beber agua una provincia completa" Y de seguido
añade: "…Pero es otro mundo el que habitamos, casi no hay lugar para los
de abajo. Pero los de abajo no están dispuestos en algunos lugares a dar marcha
atrás. Se pelea, y se va a pelear".
Para que las ciudades argentinas −y sobre todo, los barrios
de la clase media argentina− puedan seguir manteniendo el confort que tienen,
es necesario que los qom, así como muchos pueblos originarios del sur, perezcan
diariamente. Ese es el mundo al cual se refiere Pablo, y que lamentablemente se
encuentra constituido por la mayoría mestiza de aquellas tierras. Mayoría que
todos los días encuentra una excusa para no apoyar las luchas de sus pueblos
originarios, criminalizándolos y objetando que los gobiernos kirchneristas son
lo mejor que han tenido.
Así perdimos en Venezuela a Sabino Romero Izarra, a su
anciano padre y a todos los compañeros que los acompañaron en sus luchas y
fueron blancos de sicarios contratados por ganaderos de la zona. Así los
perdimos. Entre la indiferencia y la falta de solidaridad del pueblo venezolano
citadino que cotidianamente medra de la explotación de las riquezas naturales
de este territorio que una vez fue de ellos, y el cual le fue expropiado a
fuerza de vejaciones, explotación y muertes.
No hay poder constituido por discursivamente revolucionario
que diga ser, o por más "seriamente capitalista" para poder
concederle dádivas a los pobres o a algunos de ellos, que pueda robarle a los
pueblos la libertad, y el derecho a luchar continuamente por conquistarla. El
hombre siempre luchará por lo justo, y por conquistar espacios en los cuales
sean posibles nuevas formas de relaciones sociales que respeten lo
esencialmente humano y nuestro entorno ambiental.
Por eso los qom aún resisten. Y luchan. Y aman. Y es bueno que lo hagan -incluso por el bien de todos los que moramos en estas atiborradas ciudades- porque alguien deberá mostrarnos el camino de la sobrevivencia cuando la voracidad de los imperios se decida a deshacerse también de nosotros.
Pablo escribe: "Aquí en estas geografías, se sabe que se
quiere, por eso se lucha. Hace tiempo que tengo contacto con esta comunidad.
Charlando con los niños qom, los más pequeños, les pregunté en qomlatag, que es
el idioma de ellos, el por qué cortaban la vía. Y una nenita de seis años me ha
dicho: "…porque no tenemos agua, ni casa" Compleja es la lucha, pero
se sabe que se quiere"…
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