Por David Brooks
Cuentan que el 28 de agosto de 1963 fue un día de verano
soleado y caluroso, y que aún antes de iniciar la Marcha sobre Washington por
empleos y libertad, ésta asustó no sólo a Washington, sino a gran parte de
Estados Unidos. El sueño que estaba por proclamarse era subversivo y quien
ofrecería ese mensaje era considerado el hombre desarmado más peligroso de
Estados Unidos.
El gobierno de John F. Kennedy intentó persuadir a los
organizadores de suspender su acto y ese día colocó 4 mil policías antimotines
en los suburbios y 15 mil más en alerta;
los hospitales se prepararon para recibir víctimas de la violencia
potencial, y los tribunales, para procesar a miles de
detenidos, cuenta el historiador Taylor Branch.
Colocaron agentes con instrucciones de apagar el sistema de sonido si
los discursos incitaban a la sublevación.
La idea de que la capital sería sitiada por oleadas masivas de
afroestadounidenses, provocó alarma
entre la cúpula política y los medios tradicionales.
El orador principal,
el reverendo Martin Luther King,
era considerado un radical peligroso
y estaba bajo vigilancia del
FBI de J. Edgar Hoover. El jefe de inteligencia del FBI, calificó al reverendo que encabezaba esa
marcha como ‘el negro más peligroso para el futuro de esta nación, desde la perspectiva del comunismo, de los
negros y de la seguridad nacional. Todos esperaban un
desorden masivo. Pero
ese día, cientos
de miles -un tercio de ellos blancos, algo nunca visto– llegaron pacíficamente a participar de un
momento, del que
muchos dicen: ‘cambió
a Estados Unidos...’
“King no era peligroso para el país, sino para el statu quo… King era peligroso porque no aceptaba en
silencio -ni permitía que un pueblo
cansado, aceptara silenciosamente ya-
las cosas como estaban. Insistió
en que todos nos imagináramos
–soñáramos– lo que podría y
debería ser”, escribió Charles
Blow, columnista del New York Times.
Es allí, dicen
muchos, donde se inauguró lo que se recuerda como los 60’s, uno de los auges democráticos (en su sentido real) más importantes de la historia estadunidense.
Hace unos días la cúpula política, la intelectualidad acomodada y los
principales medios, festejaron el 50°
aniversario de aquel acto, con la
versión oficial pulida y patriótica,
de la marcha en la que King
ofreció uno de los discursos más famosos de la historia de este
país: ‘Yo tengo un sueño’…
Al festejar el aniversario, se ha debatido sobre el significado de esa
marcha y
el discurso de King, tanto en su
momento, como hoy día. Algunos concluyen que ‘el sueño de King’ está expresado en el hecho de que el primer
presidente afroestadounidense, Barack
Obama, ofreció un discurso para celebrar el aniversario en el Monumento a
Lincoln, el mismo lugar donde King
ofreció sus históricas palabras hace cinco décadas. Ahí
(Obama) habló de los cambios que
King promovió, también reconoció que esa
lucha no ha concluido…
Aunque nadie disputa los cambios dramáticos y los
logros en cuanto a la lucha frontal contra la segregación, tampoco se puede disputar que mucho de lo que
dijo King en 1963 tendría que repetirse 50 años después…
Hoy día, hay más
hombres negros encarcelados que esclavos
en 1850 (según el trabajo de una
extraordinaria investigadora, la académica Michelle Alexander); varios estados han promovido nuevas
medidas para obstaculizar el acceso de
las minorías a las eleccciones; el
desempleo entre afroestadounidenses es
casi el doble que entre blancos, casi igual que en 1963; el número de afroestadounidenses menores de edad, que viven en la pobreza, es casi el triple que el de los blancos en la misma
condición; uno de cada tres niños afroestadounidenses, nacidos en 2001, enfrentan el riesgo de terminar en la cárcel.
A la vez, la
desigualdad económica entre pobres
y ricos ha llegado a su nivel más
alto, desde la gran depresión. Mientras las empresas reportan ganancias
récord, los ingresos de los trabajadores
continúan a la baja. Más aún, una de las demandas de la marcha de
1963, fue un incremento del salario
mínimo federal, que hoy se ubica en 7.25 dólares la hora, lo que es,
en términos reales, inferior al
que prevalecía hace 50 años, según el
Instituto de Política Económica. Ejemplo
de ello fue la protesta de trabajadores de restaurantes de comida rápida en más
de 50 ciudades que exigieron el doble de dicho salario, la semana pasada…
Al conmemorar el aniversario,
Obama habló de la brecha económica entre pobres y
ricos, pero no asumió la
responsabilidad de que durante su presidencia
ésta sigue ampliándose. Y
evitó mencionar otras políticas que ha promovido o tolerado -con
consecuencias terribles para comunidades minoritarias y/o pobres- como las deportaciones sin precedente, de inmigrantes latinoamericanos, y el
sistema penal más grande y tal vez más racista del mundo.
Muchos opinan que no es justo comparar a King con Obama, ya que uno era profeta y el
otro es sólo un político.
Pero la omisión más notable,
durante los elogios al profeta, por
los políticos en estos días −justo cuando la cúpula política estadounidense
contempla abiertamente un nuevo ataque militar contra otro país (Siria) –,
fue cualquier referencia a la guerra.
King vinculó cada vez más la lucha de los derechos civiles
con la injusticia económica y, peor,
con las políticas bélicas de su país. Advirtió en 1967, que la democracia estadounidense estaba
amenazada por la tríada gigantesca del racismo, del consumismo extremo y del
militarismo. Y declaró que no podría
seguir llamando a sus seguidores a emplear la no-violencia, sin
condenar las políticas guerreristas de Washington: “Yo sé que jamás podré elevar la voz contra
la violencia de los oprimidos en los guetos,
sin hablar claramente primero,
ante el más grande proveedor de violencia en el mundo hoy en día, mi propio gobierno...”
King, en su discurso
del sueño en 1963, insistió en que las
injusticias se tenían que abordar desde lo que llamó ‘la feroz urgencia del ahora’. Cincuenta años después, ese ahora
es más urgente que
nunca.
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