Por Víctor Andrés Gómez Rodríguez
"Es la ideología de la clase dominante disfrazada de hermosura
para desplegar sus horrores. La idea de “belleza”, que ha mercantilizado la
burguesía, es un “valor” de clase, superpuesto a todos los valores, perversamente
confundido con la idea de “bondad”. Dicen que lo “bello” es “bueno” y que eso
cuesta..., que, no importa el precio si se desea, como escenario de vida, sólo
cosas “bellas” y “buenas”. Galimatías aberrante que sale por la tele a todas
horas, sin clemencia. [...] la “belleza” burguesa es, en su fondo, una
extensión de la guerra que tiene armas, uniformes y símbolos diseñados para
encerrase en sí y en la injusticia. La “belleza” burguesa, y su moral de
resignación, enseñan que la vida nunca es justa ni igualitaria. Por eso la
publicidad se empeña en mostrarla como un bien preciado otorgado por algún
capricho celestial. [...] lo que la burguesía deja “afuera”, lo diferente, lo
que tenga otras cualidades, pasa a ser exterminable porque en su concepción del
mundo “lo otro” es siempre “feo”."
Fernando Buen Abad Domínguez.
Desde
que el sistema capitalista expandió su cultura a lomos de la modernidad
europea, el de la denominada Navidad y el fin de año son los momentos más
hermosos de esa civilización occidental extendida en todas direcciones y hacia
todos los sentidos comunes. La semántica católica y apostólica del
euro-invierno con ciervitos, abuelitos “tembas” vestidos de Santa Claus
viajando en trineos celestiales, con sus bolsones repletos de; a son de
musiquitas de campanillas, y los puñeteros arbolitos con sus frutos que hacen
colapsar a la generación eléctrica. Y el disparo en la rebaja de los precios
dentro de la cultura del consumismo en la compra al por mayor de mercancías que
por lo general se quedan guardadas para el fin de año próximo, se desechan o
evacuan por “la canal maestra” es realmente exorbitante. Precisamente lo
hermoso de todo lo anterior está en que forma parte intrínseca de una
cotidianidad intemporal –todos los fines de año se hace la misma bobería-, la
“hermosura” de lo tradicional dentro del sistema burgués; como si este fuese
eterno. Tras once meses y medio de lucha de clases ardua por antagónica, los
últimos días de diciembre entran en un “pio time” y se regresa al seno “perfecto”
del sistema imperialista como si nada hubiese pasado. Al séptimo día de enero,
uno despierta del letargo como si en 1844; y a chocar con la realidad dura y
concreta del cobro por la sumisión a la gozadera tradicional.
En esa lucha
de clases, durante la inclemente y accidentada, pero imprescindible, etapa del
cambio radical socialista, todo puede parecer inescrupulosamente “FEO”. El
capitalismo, que aún es hegemónico, se mostrará en sus mujeres de pasarela por
aquí, su belleza capilar de los desrices con pelos postizos por allá, sus
sirenas sin salvavidas en las imágenes que anuncian a sus ampulosos almacenes
de alimentos y electrodomésticos, a las amplias avenidas de las mega ciudades
con negros “van” Chevron, al jet set de sus hombres de negocio, sus noches de
carmín para copas lujosas llenas de sofisticados jarabes etílicos, drogas y
barbitúricos que provocan el babeo perruno de indigentes alcohólicos con
estómagos famélicos. Y nuevas normas con que perfeccionar a los códices de la
euro-hermosura. Que nos va preparando para esos últimos quince días de
diciembre.
Para un
país como Cuba es una angustia enorme esa batalla cultural contra los
referentes del sistema capitalista. Quienes nacimos con el triunfo de la
Revolución y experimentamos aquellos primeros años de la década de los sesenta
del siglo veinte, entre los mangares del convite navideño (por primera vez en
la Historia del país y su cultura accesible para TODOS) se han quedado en la
memoria aquellas primeras celebraciones que el bloqueo (guerra económica y
política) angloestadounidense abortó. Hicimos nuestras “adaptaciones” a la
nueva circunstancia, que también gestó una cultura que trasladó esas
celebraciones hacia el 31 de diciembre, porque dio la irrepetible coincidencia
de que nuestra Revolución triunfó el 1ro. de enero de 1959. Pero aún cojeamos
de falta de “hermosura” occidental.
La crisis de los noventa del siglo veinte,
obligó a consensos que amenazan con deshistorizar a la emergencia de esa nueva
cultura; cuando el imperialismo incluyó a los tarecos, producto del desarrollo
tecnológico capitalista entre las “hermosuras” a acopiar durante esos quince
días últimos de diciembre: tabletas, pantallas planas, refrigeradores,
lavadoras, pacotillas desechables, remesas necesarias para el consumo
ostentoso, por sobre los demás. Y no en último lugar esa tendencia tropical,
caribeña, subdesarrollada, en el excesivo disfrute de los placeres magros del
consumismo burgués hasta perder el santo y seña. Disfrutar hasta matarnos y
matar a los otros; persiguiendo un ideal de “plenitud de hermosura” actualizado
mediante un sofisticado programa de software.
La
radicalización política y cultural del socialismo implica también des-feminizar
el sometimiento a la lascivia pervertida de lo patrimonial, des-feminizar el
sometimiento a las normas de la hermosura burguesa. Liberar a la dimensión
espiritual de la hermosura, de los tarecos y artificios del consumismo
imperialista mismo; no existe la dominación de la hermosura como una propiedad
privada. La amnesia imperialista deja afuera a las víctimas del rentismo
improductivo, de las guerras “locales”, del desempleo galopante. Deja fuera a
las mayorías sobrantes del sistema capitalista. ¿Existirá alguna vez una
Navidad sin lucha de clases y sin explotados lamiendo las vidrieras? Feliz (y
con justicia social efectiva) Año Nuevo 2014.
Desde el litoral oeste de La Habana, revolucionaria,
socialista y bolivariana. 30/12/2013
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