La primera vez que vi a Carmen, ella andaba de la mano de su
hija Ana María. Pocos días antes habían matado a Alexander (su hijo) y quienes
desde la capital nos movilizamos bajo un grito de protesta, topamos con el
corazón resentido y triste de “Anita”, que así llaman a la cacica. Se apoyaba,
sin dudas, sobre el coraje de una hija que antes había dicho que no era bueno
andar peleando tierras y que ahora sentía la necesidad de continuar la lucha
por la que perdió a su hermano. “Nos beberemos la sangre de todos tus
hermanos”, le dijeron los sicarios -ligados a los cuerpos policiales- a Ana
María, y ella alzó a su madre en un puño y se fue a pelear a Caracas. La voz de
Carmen, ante los burócratas que nos recibieron entonces en la Comisión de
Asuntos Indígenas de la Asamblea Nacional, no tembló jamás. Ella narró los hechos
relacionados con el brutal asesinato de su hijo sin que se le quebrara la voz.
Cuando terminó de hablar, sólo el soplo de narices se escuchaba en una sala en
la que nos habían sido arrebatadas las lágrimas y nos había bañado la
vergüenza. No obstante, el crimen contra Alexander y dos yukpas más en la
Hacienda Las Flores sería cubierto por el manto de la impunidad bajo la
anuencia de esas mismas autoridades, para que menos de un año después algunos
de estos sicarios fueran contratados nuevamente para asesinar a Sabino Romero.
Hoy me vuelvo a encontrar con “Anita”, que esta vez regresa
a Mérida para alzar su voz en nombre de la lucha por la autodemarcación de los
territorios para su comunidad. Camina con la lucha, con Sabinito y con Lusbi
Portillo. Son guerreros que colman con su sola presencia los espacios de
discusión, pues nadie puede dejar de reconocer la trascendencia de la lucha
yukpa en el marco de los conflictos por el territorio indígena. Cuando el
simposio sobre demarcación territorial indígena organizado por el Grupo de
Trabajo Sobre Asuntos Indígenas de la ULA está por terminar, invito a Carmen a
que nos retiremos un rato para grabar una entrevista. Le explico, antes de
empezar, que así como creí siempre en la fortaleza y dignidad de Sabino, creo hoy
en la fortaleza y la dignidad de sus hijas, de ella y de todas las mujeres que
hoy sostienen esa justa lucha. Carmen asiente y sonríe. Esta entrevista con
“Anita” es una invitación a forjar el tiempo del corazón materno…
CG: ¿Qué papel han cumplido las mujeres de tu comunidad en
la lucha por el territorio? ¿Cómo es la lucha de las mujeres de tu comunidad?
CF: Bueno, nosotras las mujeres allá en la comunidad somos
unidas todas las mujeres de allá de la comunidad. Y con Guillermina, Zenaida,
Lucía, Marilín… Entre Chaktapa y Kuse estamos unidas las mujeres. Nosotros
peleamos unidos. No desunidos, sino unidos en la demarcación de las tierras.
Peleamos con los ganaderos, con los campesinos, y así estamos entre las
mujeres. Si viene alguien allá adonde nosotros, las mujeres son las que
discuten más que los hombres. Y bueno, así estamos.
CG: Carmen, cuéntanos cómo llegaste tú a ser cacica, por qué
te nombraron a ti como cacica y qué es lo que te toca hacer por la comunidad
kuse.
CF: Ah, bueno, a mí me nombraron ser cacique porque el
primer cacique de allá, llamado Salvador Romero, él se fue de la comunidad a
otra comunidad. Y nos quedamos nosotros ahí, la familia. Entonces otra cacique
mayor que yo, llamada Reina, entonces ella me dijo: “¿Cuál es la cacique de esa
comunidad?” Y yo le dije: “No, el cacique de ahí se fue”. Y ella me dijo:
“Bueno. Si él se fue, tú tienes que quedar como cacique ahora, porque esa
comunidad no puede quedar sin cacique.” Mi papel como cacique es que tengo que
estar luchando, así como ahora, por la demarcación, la lucha por las tierras.
Eso es lo que me toca a mí.
CG: Así como tú perdiste a Alexander y a José Luis, dos
hijos, en la lucha por la autodemarcación, así otras mujeres han perdido a sus
compañeros. ¿Cómo es la situación tuya, de ellas, ahora que esos hombres no
están? ¿En qué ayudaban ellos a la comunidad?
CF: Ellas quedaron solas y ahora ellas tienen que trabajar
para mantener a sus hijos. Porque ellas antes no trabajaban, quienes trabajaban
eran los hombres. Los hombres se encargan de la cosecha. Cuando a José Luis lo
mataron, él estaba haciendo un curso de enfermería. Y Alexander, él sembraba.
Tenía una siembra de cacao. Después que lo mataron esas siembras se quedaron
así y tú sabes que yo como madre, yo tengo que estar viajando y quedaron esas
siembras allá. Nadie se está encargando de eso.
CG: Nos contaste que dos de tus hijos y uno de tus nietos,
el hijo de José Luis, están estudiando en un internado en Barquisimeto. Recién
ahora, en las vacaciones de diciembre, podrás estar con ellos. ¿Por qué debiste
enviarlos tan lejos de tu comunidad?
CF: Porque allá donde estoy yo, no hay colegio. Bueno, sí
hay colegio, pero piden muchas cosas. Piden colaboraciones. Entonces nosotros
no tenemos cobres como dar la colaboración todas las semanas. Y en ese
internado, allá no piden nada. Ellos allá tienen comida, tienen todo. Más bien
allá nos dijeron que cobres no se les podía dar a ellos porque agarran otro
vicio.
CG: ¿Cuáles son los problemas más graves que enfrentan todos
los días las mujeres indígenas en medio de esta lucha histórica por el
territorio?
CF: El problema de todos los días era con los muchachos,
pero como los muchachos ya están lejos ya de ahí y solamente tenemos que
buscarlos cuando les den las vacaciones… entonces está el trabajo de nosotros
ahí, que tenemos que ir a ver la siembra, lo que sembramos. Si es yuca, si es
plátano… bueno, para el servicio de ahí mismo. Esa es la tarea.
CG: Échame un cuento… si allá una mujer no quiere tener hijos,
¿cómo hace, toma pastillas o ustedes tienen sus hierbas?
CF: Bueno, ahora sí, ahora las mujeres de allá se están
cuidando con pastillas. Pero antes no. Ni pastillas ni nada. Tú sabes que ahora
está la de Chávez, ¿cómo es que se llama? ¡El CDI! Ahí a veces las dan. Otras
veces las compramos también. Pero sí hay hierbas porque yo, después que nació
Coromoto, yo me tomé unas hierbas. Pero eso es como líquida, hay que tomarlo
todos los días y hasta que se termine ese frasco. Pero ya las mujeres no usan de
eso, sólo las pastillas. Allá hay mujeres que no quieren tener hijos pero no
por… es por la necesidad de la comida, del alimento, cuando se enferman, la
ropa, el estudio… así como me está pasando con Coromoto, que no tengo ni para
eso. Pero así me queda bien que ella esté retirado porque si están cerca me
piden de todo, de todo, todo piden. En cambio allá… yo tengo una ahí, en cuarto
grado. No me piden nada, solamente los pasajes para irlos a buscar.
CG: Supimos que cuando Alexander y Sabino estaban presos y
ustedes los iban a visitar, los militares le faltaban el respeto a las mujeres.
¿Cómo fue eso?
CF: Sí, cuando nosotras íbamos para allá a Fuerte Macoa, en
el batallón de Machiques, no nos dejaban entrar, nos quitaban la comida de
Alexander y de Sabino. A las mujeres las metían en un cuarto a desnudar toda, a
ver qué llevaban. Y nosotras decíamos que no llevábamos nada y todo nos
registraban. Entonces nosotros peleábamos ahí, la familia de Sabino y yo, con
la guardia. Y bueno, a veces entrábamos y a veces no entrábamos. A la familia
de Sabino sí le faltaron el respeto.
CG: Tú sabes, Carmen, que así como hay un Ministerio de
Asuntos Indígenas, hay también un Ministerio de Asuntos para la Mujer. ¿Ese
Ministerio se ha acercado a ustedes? ¿Las ha apoyado en algo? ¿Conocen a la
Ministra?
CF: No, nada. Nada, nada.
CG: ¿Qué le dirías tú a las mujeres watías para que sean
solidarias con la lucha de las mujeres yukpa?
CF: Que nos acompañen en la lucha cada vez que vamos, así
como ahora, para Mérida… Si vamos para Caracas… Si vamos para otra ciudad, otra
nación, que nos acompañen, que luchen con nosotros, así como estamos nosotros
luchando. Ahora se han acercado más indígenas ahora y también watías, como
decimos. Ahora hay más indígenas, así como yo estoy viendo, pero nosotros
primero estábamos solos nada más con Sabino y la lucha, no había más indígena.
Las que nos apoyan bastante es en Caracas, la gente de Caracas. Nos apoya en
Caracas Tibisay, un poco de mujeres nos apoya allá en todo, en la comida, en el
colchón, en las sábanas. Ellas nos apoyan en eso, las mujeres de Caracas.
Carmen también me contó que aunque lo que siembran ella y
los suyos sirve mayoritariamente para alimentar a esa comunidad, cuentan además
con algunas vacas -otorgadas por un crédito del Estado- que de vez en cuando
dan leche suficiente para hacer quesos que van a vender a Machiques. Es muy
poco, dice, pero de eso viven. Algunas veces la siembra es un poco más grande y
logran vender en los mercados. Logró sacar alguna vez dos sacos enormes de ají
dulce, pero los revendedores se los compraron por un precio ofensivo que tuvo
que aceptar porque no tenía más opción.
Así, el pueblo pobre, campesino, indígena y trabajador,
sigue resistiendo los embates de una crisis económica producto del mal gobierno.
Y en el caso de los pueblos indígenas, esa resistencia es también ante las mil
formas en que se expresa su histórica exclusión del quehacer político nacional.
A pesar de que continúa el cerco contra la lucha yukpa, y los crímenes contra
Sabino y los hijos de Carmen siguen sin ser investigados y castigados, aunque
el Plan de la Patria contemple la entrega de los territorios indígenas a las
transnacionales y a pesar de manipulaciones y traiciones, la lucha yukpa está
dignamente de pie con el impulso de aguerridas mujeres como Carmen Fernández.
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