Por Gladys Emilia Guevara
Una y otra vez hemos insistido en la necesidad de hacer
revisión de la retórica discursiva imperante en el escenario político
venezolano, como un mecanismo para hacer transparentes ciertas relaciones de
poder, que agazapadas subrepticiamente en el pensamiento promedio de quienes
ejercen el control político en Venezuela, terminan construyendo en sus
prácticas una situación adversa a la consolidación de esa Otra Política, la
cual muchos aspiramos por lo menos ver nacer en la Venezuela revolucionaria de
este siglo que apenas comienza.
A lo largo de este año 2013 que culmina, estas experiencias
de análisis pragmático de las arengas institucionalistas con las cuales abundan
nuestros gobernantes y sus medios públicos de información, nos han llevado a
identificar enunciados que intentan deliberada o inconscientemente manipular el
pensamiento de las mayorías, ocultando, trivializando o tergiversando
información relevante para la formación de un pueblo con pensamiento crítico,
hábil para identificar y diferenciar ideas y opiniones, establecer relaciones
adecuadas entre conceptos, y organizar en fin, su propia y particular
perspectiva desde la cual observar y juzgar la sociedad en la cual le tocó
vivir, para finalmente actuar en consonancia y con mecanismos de acción verdaderamente
transformadores.
Con base en lo antes expuesto, nos atrevemos a formularnos
las siguientes preguntas: ¿Cuáles son las causas para que las expresiones
verbales de los políticos (llámense de izquierda o de derecha) pretendan sostenida
y permanentemente "hacer lo que dicen, diciendo que lo hacen"? Nos
dijeron, por ejemplo, que transitábamos por un proceso de
"emancipación" alimentaria, que nunca más íbamos a ser presa de
sabotajes ni guarimbas en materia de electricidad porque ya el Estado estaba
tomando las medidas y correctivos necesarios, anunciaron que tal o cual período
era el de la consolidación del socialismo bolivariano…
¿Es imprescindible para el ejercicio de la política, la
construcción de una retórica encubridora y/o distorsionadora de la realidad?
¿Se trata de una condición natural e intrínseca al ejercicio político, la falta
de sinceridad discursiva? ¿Es el contexto estructural desde el cual se gerencia
el que imposibilita que los actos que se enuncian, se cumplan efectivamente? ¿O
es quizás –tal y como se ha pretendido últimamente hacernos creer− la ausencia
de leyes efectivas las que impiden el éxito del desarrollo productivo y social
de nuestro pueblo?
Comencemos −para intentar dar respuesta a algunas de estas
interrogantes− por colocar en el tapete de la discusión una de las palabras más
manidas y vapuleadas de la arenga chavista de este año: el término legado.
Según la definición del Diccionario de la Real Academia Española, el término
proviene del latín legâtum, y es
"una disposición que en su testamento o codicilo hace un testador a favor
de una o varias personas naturales o jurídicas".
De acuerdo a esta definición formal, inferimos que un legado
es una disposición de transmisión que ejerce alguien (envestido de poder
político y jurisprudencia para ello) sobre un bien material o inmaterial hacia
unos beneficiarios o receptores necesariamente pasivos de la herencia en
mención. Un legado es, en consecuencia, un beneficio adquirido sin esfuerzo,
merced a la benevolencia, gracia o consanguinidad personalista de quien lo
ejerce.
Del empleo indiscriminado y altamente ideológico de este
término, y en el contexto situacional de la muerte del Presidente Chávez, a
quien le correspondió antes de abandonar sus funciones presidenciales y
emprender el viaje para ser sometido a su última y fatal operación, dirigirse a
la nación para nombrar un sucesor en sus funciones ejecutivas (en este caso, al
actual Presidente Nicolás Maduro Moros, quien para entonces ejercía el cargo de
vicepresidente de la República) se derivan una serie de expresiones
pretendidamente legitimadoras de acciones posteriores, tales como: los
herederos políticos del Líder Eterno, fidelidad absoluta, disciplina y unidad
al legado presidencial, los hijos de Chávez, unidad, batalla y victoria, los
candidatos de la patria, el plan de la patria como el legado fundamental de
Chávez…
La mención del "pueblo despierto" como legado
cultural del testamentario, (mérito que dista mucho de ser prerrogativa
exclusiva de un hombre que entró en el escenario de lucha del pueblo venezolano
a finales del siglo pasado y comienzos del presente siglo) sólo cobra fuerza en
ocasión de "combatir" al enemigo, a quien se le identifica con el
opositor al gobierno "revolucionario", con palabras-choque incitativas
y maniqueas del calibre de: derecha fascista, burguesía apátrida, cachorros del
imperio…
Se oculta asimismo en las arengas politiqueras del chavismo
institucional, la confesión de que la actual crisis económica por la cual
atravesamos, podría ser considerada también consecuencia lógica del llamado
"legado" de Chávez; es decir, de esa suerte de personalismo, más allá
de la tumba, con que los "herederos políticos" de Chávez pretenden
ejercer el control de la emotividad del pueblo venezolano, en desmedro de su
capacidad reflexiva y de su necesaria problematización en torno a la eficiencia
de unas estructuras institucionales diseñadas desde el capitalismo corporativo
de Estado y sobre las cuales se ejecutan medidas económicas de corte
reformistas que no terminan de solventar los grandes males por los que se
desangra nuestro territorio.
Esa política discursiva de poca transparencia es el sustento
para que el ciudadano promedio venezolano ignore las diversas causas que hacen
posible el desabastecimiento interno en rubros vitales de nuestra economía,
desconozca los mecanismos a través de los cuales operan los procesos
inflacionarios en las sociedades capitalistas, así como las razones que hacen
posible el empeoramiento progresivo de las empresas productivas, industriales y
agrícolas del país y las consecuencias del terco sostenimiento de un régimen
cambiario discrecional que favorece la importación y la activación de mafias
corruptas, convirtiéndose en terreno fértil para la ocurrencia del tan
anunciado fenómeno de hiperinflación.
El término "legado", en este sentido ideológico en
el cual lo observamos, parte de la creación de referentes ideológicos ocultadores
de la realidad, castradores del pensamiento racional, enmarcados en esquemas de
pensamiento que nada tienen que ver con el concepto de democracia participativa
y protagónica enunciado por nuestro marco constitucional; y su empleo nos
aproxima más a conceptos emparentados con regímenes monárquicos y pensamiento
mágico-religioso ya superados con casi dos siglos de historia nacional.
De igual manera que se emplea este término como palabra
institucional legitimadora de acciones torpes, contradictorias y diseñadas
desde las bases mismas de un Estado rentista controlado por una dirigencia con
una escasa o nula formación ética y transformadora, el lenguaje chavista ha
servido para desmovilizar y golpear fuertemente las bases de organizaciones
populares que pudieran ejercer la crítica necesaria sobre el enorme abismo creado
entre el discurso y la praxis gubernamental. Todo aquel que no apoye, por
ejemplo, a los candidatos psuvistas a alcaldes, elegidos por cooptación, son
traidores a Chávez y están condenados a desaparecer del mapa político
venezolano.
¿Puede existir y
difundirse comunicacionalmente un referente objetivo que movilice a los colectivos
y les impida entramparse en la piñata institucionalista de prebendas y beneficios
coyunturales que alimenten la visión fragmentada del contexto socio-político de
una nación? ¿Cómo liberarnos de los códigos oficiales que nos impone el llamado
sistema nacional bolivariano de medios públicos, el cual subsume la voluntad de
los otrora medios alternativos nacidos al calor de la lucha revolucionaria
contra la burguesía venezolana de principios de siglo, y se muestra
complaciente con la nueva burguesía roja, rojita?
Desde el esfuerzo en la conformación de un Sistema
Comunicacional Libre y Militante, creemos que sólo desde la palabra del pueblo
en lucha puede ser posible un nuevo ciclo de comunicación rebelde y
permanentemente transformadora que insistimos en reivindicar con la hermosa
metáfora de la guarura inquieta, ese caracol ancestral que va y viene del mar
para ser portador de la Otra Comunicación, aquella que no impide el libre y
racional pensamiento de los pueblos, que no se dosifica ni silencia a partir de
su inserción en un Estado, sino que conspira todos los días para que éste desaparezca
y dé paso al fin a otras formas de relaciones sociales entre los seres humanos,
experiencias nuevas que nos aproximen cada vez más a nuestra verdadera esencia
gregaria, cooperativa y solidaria.
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