Por Roland Denis
I
Desde hace
alrededor de tres años, el discurso político revolucionario proveniente de las
bases del chavismo se ha concentrado fundamentalmente en una meta: la
construcción del llamado “Estado Comunal”, mediado por la constitución de
comunas socialistas como espacios de autogobierno del pueblo. El sueño de crear
un Estado organizado en comunas. Aunque nunca habló de Estado Comunal
propiamente, ésta es, si se quiere, la última gran meta nacional que deja Hugo
Chávez; convirtiéndose en bandera de numerosos movimientos sociales, y del
discurso político oficial, desde la presidencia hacia abajo. Pero ¿qué quiere
decir un Estado Comunal?. Uno de los problemas reiterativos de la dirigencia
chavista en todos estos años es la costumbre de inflar los conceptos políticos,
dichos en un tono de estruendosa radicalidad, pero que, a la hora de
descomponer su significado concreto (descrito en leyes y programas) y consecuencias
reales en la estructura de orden de una sociedad, o en la estrategia política
de un gobierno, nada queda claro, salvo el tono pomposo en que se ha dicho.
Estado Comunal
supone, en principio, la formación de numerosas comunas, y éstas a su vez estarán
normadas por una ley, que no habla de otra cosa que de los pasos que una
población cualquiera ha de dar para que se sea aceptada la existencia de una
comuna en determinado territorio. El criterio es agregativo, es decir, se suman
un determinado grupos de consejos comunales que seguirán unos determinados
pasos asamblearios, electivos y de delegación de funciones, estableciendo
acuerdos y proyectos comunes hasta terminar en una carta fundacional que
debería darle legalidad a la nueva comuna. Bajo la costumbre empezada desde el
2005, fecha que comienza a legalizarse la figura del consejo comunal, el
movimiento popular, desde las alturas del Estado, se concibe como una serie
homogénea de espacios de organización integrados por la actividad directiva del
Estado. Es la serialización del movimiento y el poder popular, visto en cada
una de las localidades desde donde irrumpe, y luego es cooptado y administrado
por el fuero burocrático, hasta ordenarlo en pequeñas series de núcleos
reconocidos que son homogeneizados (son y valen lo mismo en el papel) dentro de
las oficinas gubernamentales . En el caso de las comunas no es nada distinto,
aumenta simplemente el límite territorial hasta concebir no sólo comunas, sino
ciudades y confederaciones comunales, que irían convirtiéndose en una
“telaraña”, como dice el ministro Iturriza. Bonita figura, pero que al final,
no es más que una nueva división político-territorial paralela al viejo Estado,
creado en la constituyente del 61 y aún vigente.
La derecha
opositora denuncia esto porque efectivamente le quiebra su piso
representativo-partidista tradicional ligado a los municipios y gobernaciones,
dándole preferencia al poder delegativo controlado, en principio, desde la
acción política de Estado y el PSUV. La derecha oficial del chavismo lo
defiende porque le asegura una base obediente organizada que se encargará de
determinados asuntos propios de las comunidades, mano de obra empleada, y su
lealtad a los mandos del poder constituido y el gobierno en particular.
Mientras la esencia de las relaciones sociales de poder, estructuradas a través
de la propiedad sobre el capital, la tierra y los medios de producción, no
cambian en absoluto. Ambas derechas (entendida la derecha como aquella
ubicación política interesada en la conservación de lo mismo, cambiar para que
no cambie nada) garantizan desde su óptica la obediencia social a su proyecto
de dominio, teniendo en este caso la delantera quien maneja actualmente el
gobierno.
El Estado
Comunal, en ese sentido, es una fantasía burocrática agregativa, externa
totalmente al proceso concreto en que se desenvuelve tanto la lucha de clases, como
los proyectos de emancipación en cada región o territorio, e igualmente externo
a las pocas comunas que realmente se han venido constituyendo con el pueblo en
lucha a la cabeza. Ese Estado Comunal que ya habla a través del ministerio de
comunas y el discurso social del gobierno, suma, según declaraciones, más de
trescientas comunas constituidas este año (¿dónde?, ¿quiénes hablan por ellas?,
¿qué cambiaron?, ¿qué hacen?, ¿qué producen? ¿cuánta gente participa?, ¿qué
insurgencia les dio vida?, ¿qué expropiaron?, ¿cuál es su ley autogobernante?),
y alrededor de tres o cuatro mil, dentro de tres años, de acuerdo al plan
estratégico establecido en las oficinas ministeriales.
Esto es un
escupitazo a cualquier preámbulo básico del pensamiento liberador, que mucho
antes de estar haciendo cuentas y números del mundo que habrá de ordenar,
construye la idea, produce la acción, genera movimiento para que una realidad
“otra”, es decir, un hecho transformador real pueda manifestarse y generar el
poder constituyente necesario que garantice su expansión y hegemonía por el
resto del espacio dominado por las viejas estructuras de poder y dominio. En
definitiva, trescientas o tres mil comunas, pre-vistas y pre-establecidas en
mapas y divisiones arbitrarias hechas en los lugares de oficina o en las
reuniones de un grupo cerrado de activistas gobierneros en algún punto del
país, es sin duda, un proyecto de control político ajustado al lenguaje
revolucionario de los últimos años. Algo que ha querido negar y hasta advertir
de su peligro, el ministro Iturriza, pidiendo prioridad a lo político y no lo
administrativo, pero que se derrumba en su propio plan estratégico ministerial
(ya publicado en la página web del ministerio), quedando perfectamente claro el
propósito de hacer muchas “comunas”, miles, que no sean formatos genéricos de
organización que cualquier grupo político-social puede emprender junto a sus
aliados territoriales, hasta terminar constituyendo una supuesta institución de
autogobierno popular que nadie conoce.

II
¿Pero esto le quita sentido al principio de Comuna? Por esta vía
podrían acabarlo, ya que las comunas, al final, serán un fracaso rotundo, en lo
que supone lo más importante de todo, que es su constitución como espacio de
transformación radical de la vida; una comunidad restablecida sobre parámetros
antagónicos al individualismo perdido y egoísta de la vida, dentro del mundo
capitalista. Un fracaso productivo, ya que se están hablando de empresas
comunales marginales que no cambiarán para nada la estructura vampírica del
modelo económico rentista y el poder corporativo de Estado. Estructuras de
territorio estático, que al final, hasta los más comprometidos tenderán a
abandonar, obligados por el orden salarial y de sobrevivencia capitalista que
los rodea y supera infinitamente.
Por ello, y tomando como referencia de apoyo, el inmenso descontento
que se ha venido sumando en todas las bases populares que han garantizado la
sobrevivencia del ideario revolucionario por todo lo que supone la
confrontación, con tanta falsedad regada, entre los estamentos estatales; la
recomendación es, primero, dejar de lado esa fantasía, de hecho muy libresca,
del Estado Comunal, que puede terminar siendo una calamidad. Y en segundo
lugar, avanzar efectivamente en un movimiento comunero que asuma de lleno el
reto, no de un Estado, sino de una Revolución Comunal.
¿Qué puede
significar esto?. La comuna es un sujeto social y político que se constituye en
un proceso, que de hecho, ya ha avanzado sus pasos en varias regiones del país,
generando una experiencia subversiva al orden representativo-capitalista,
todavía precaria y débil, pero donde se acumulan saberes y experiencias que
podrían acelerar los pasos en ciertas condiciones. Un sujeto del que nadie
decreta su existencia, que se hace gracias el empeño luchador y territorial de
vanguardias colectivas que asumen de lleno el reto revolucionario y se dan el
derecho de crear, bajo cualquier condición, una realidad de justicia e
igualdad. Es una “utopía”, en el sentido
clásico del término, que necesita hacerse real por objetivos de liberación y
sobrevivencia del planeta, donde lo fundamental está en la capacidad política
autónoma que vaya sintetizando, cuyo movimiento ha de decidirse a dar pasos
superiores de lucha.
Estemos claros
que ningún orden libertario puede llegar a constituirse de manera legal. Eso es
pedirle al hidrógeno que por alquimia milagrosa se transforme en agua. Se
necesita el oxígeno de lo que respira y se mueve por fuera del “antiguo
régimen” para encontrar la laguna conveniente y criar en sus aguas los sujetos
dispuestos en primer lugar a NEGAR EL ESTADO BURGUÉS, entenderse dentro de una
dinámica ética y políticamente superior a él, no sujeta a sus leyes -que cuando
mucho se negocian-, menos a sus órdenes y condiciones. Es lo mismo que hicieron
las comunas de Castilla del siglo XVI, que tanto felicitó Marx, como la primera
revolución seria de Europa, las cuales se enfrentaron abiertamente al imperio
español naciente. Es lo que hicieron los comuneros de la Nueva Granada al
enfrentar el colonialismo de entonces. Es la comuna proletaria de París o los
soviets revolucionarios del 1905 y 17;
las comunas chinas de los años cincuenta y sesenta, entre tantas otras
experiencias mundiales. Todas estas comunas lo fueron porque negaron el derecho
del “antiguo régimen”, o de nuevos órdenes opresores en formación, a regir la
vida de quienes ya se han dado o comienzan a darse, “otro orden de vida” sobre
parámetros éticos contrarios y superiores. La comuna no es una nueva división
territorial del país, es la revolución social llevada a su máxima expresión
territorial.
Esto por supuesto necesita que se invierta por completo la visión de
dicho proceso comunero, un “golpe de timón” efectivamente. Quienes hacen
comunas son los comuneros en un movimiento nacional y articulado que produce su
propio plan estratégico. Un movimiento que exige respeto al Estado y obediencia
a sus decisiones, de acuerdo al artículo 71 de la constitución, si se requiere
legalidad; y a la premisa de “mandar obedeciendo” del Plan Patria, si se trata
de congruencia política conjunta. Si no hay respeto los niveles de lucha pasan
a otro nivel como condición de vida o muerte para el proceso comunal
revolucionario. Por otra parte, si la forma-comuna no es ninguna serie
homogénea de espacios organizados que han cumplido con unos determinados pasos
de ley y de allí son “reconocidos”; es por tanto, un movimiento vivo y
expansivo, profundamente participativo y horizontal, tan diverso como cada
región y sociedad donde se desata, y a la vez unificado en un objetivo común
revolucionario, donde los ritmos y procesos son altamente distintos (sobre todo
si diferenciamos los procesos de ciudad y el campo) y al mismo tiempo
convergentes política y estratégicamente. Aquí no cabe un plan de trescientas o
tres mil comunas preplanificadas para un determinado tiempo exigido desde
arriba, porque se trata de un tiempo político que nada tiene que ver con los
ritmos e intereses del orden constituido. Por lo cual no estamos hablando de
una serie de papeles registrados con poblaciones anónimas incluidas por
obligación y a sorpresa de cada quien; sino de una insurgencia diferenciada,
profundamente solidaria, y articulada entre sí, producida por sujetos
conscientes y plenamente politizados, trabajando en un cruce dialéctico de
tiempos, que pasa por días de rapidísimo avance que pueden ser hasta
insurreccionales, y a su vez de años de difícil construcción societal.
Existen entonces exigencias comunes de respeto y obediencia del
Estado. Pero cuidado, es posible que si nos atrevemos a anticipar exigencias al
final no sean más que una estupidez, dada la complejidad que supone un proceso
real de construcción de comuna (empezando por la pregunta: ¿serán en paz o en
un clima de confrontación abierta?, aquí en Venezuela es casi un hecho) en un mundo que ya no es una realidad
atomizada de colectividades humanas, sino un mundo cada vez más globalizado y
“desterritorializado”. No obstante, atrevámonos a jugar el papel de conciencia
ilustrada y enumeremos un mínimo de exigencias, y por sugerencia nuestra, al
movimiento:
-En primer lugar,
una comuna no es una suma de consejos comunales sino de núcleos reales y
dinámicos de lucha, espacios de producción de colectivos e individuos que
trabajan en pro del poder popular (donde pueden estar, por supuesto, consejos
comunales) y se alinean en función de crear un orden autogobernante
(metafóricamente es una república autogobernante territorialmente constituida).
-Establece una
nueva democracia que no es ni meramente delegativa ni mucho menos
representativa, borra la división entre gobernantes y gobernados, siendo una
democracia abierta y directa, que se ordenará de muy diversos modos de acuerdo
a la cultura, el espacio, las posibilidades tecnológicas y las exigencias del
colectivo (todo lo contrario a la ley que formatea homogéneamente el orden
“democrático” de las comunas como cualquier burgués liberal que diseña “su
empresa y su nación”).
-Absorbe el poder
territorial y exige al Estado el traspaso del conjunto de las políticas
públicas bajo su mando colectivo (misiones, etc).
-Toma bajo su
conducción, de acuerdo a una nueva concepción de la educación, la salud, el
deporte, la cultura, el desarrollo de los centros locales de dichos servicios y
participa directamente en la cogestión de los centros de carácter nacional
(quiebra las paredes donde aún se enclaustran estos servicios y los hace de
todos y de acuerdo al saber de todos).
-Se desarrolla
posesionándose o exigiendo el control absoluto o cogestionado de los
principales centros de producción locales en que caso de existir, de lo
contrario, exige los recursos necesarios de capital, tierra y maquinaria para
que esto sea posible, de acuerdo a un plan consensuado colectivamente que será
autogestionado en una visión integral de las necesidades de desarrollo.
-Los planes de
cada comuna los aprueba ella misma, no el Estado, quien por el contrario, debe
ponerse a su servicio.
-Exigirá al
Estado de acuerdo a las características del espacio un avance profundo en el
proceso de socialización de la tierra.
-La propiedad
privada y pública de producción, comercio y vivienda aportarán directamente a
la comuna como impuesto al capital en recursos de uso o de dinero (condición
para su participación en la misma de sujetos privados)
-Dentro de las
relaciones comunales y centros de producción de bienes en proceso de desarrollo
no existirá la propiedad privada ni la división social del trabajo. El
establecimiento de relaciones salariales, colaboraciones, contrataciones y
reparto de beneficios, en caso de haberlos, se establecerá de acuerdo a cada
circunstancia.
-No aceptará
ninguna empresa que suponga el deterioro del ambiente y la mala alimentación,
desarrollando iniciativas y tecnologías para la recuperación de los ecosistemas
locales.
-Establecerá,
tomando como referencia el plan nacional comunal y nacional, un entretejido
cada vez más complejo de relaciones de inversión conjunta, intercambio,
comercialización, formación, comunicación con otras comunas, centros de
producción y espacios sociales en función de ir creando una verdadera economía
socializada.
-Estas mismas
relaciones se extenderán en el ámbito internacional, para lo cual el Estado estará
en la obligación de facilitar las condiciones de posibilidad.
-Hará respetar su
derecho a la defensa y seguridad propia, estableciendo una coordinación
directa, mas no sumisa, con los cuerpos policiales y militares del Estado.
-Cada comuna
igualmente ha de comprometerse en rendir cuentas a la sociedad en su conjunto,
de manera transparente y abierta. En ese sentido ella pueda ser juzgada o
incluso sancionada si sus principios y aportes obligados a la sociedad en su
conjunto no sean cumplidos.
Todos estos
elementos hacen parte de una memoria colectiva convertida en premisas
programáticas todavía a prueba y por ejercerse. Queda abierto de todas formas
un proceso más complejo aún, de acuerdo al mundo en que nos toca vivir en este
siglo. Obviamente el individuo y el colectivo no son realidades que se puedan
fusionar absolutamente, a estas alturas, de acuerdo a un colectivismo clásico y
estático territorialmente. Los territorios hoy en día no sólo son físicos, son
igualmente virtuales, por lo cual una comuna o confederación de las mismas,
puede perfectamente incorporar en su seno individuos de aquí y el mundo entero,
internacionalizándose y haciéndose ella un evento plurinacional, ampliando su
espacio tanto físico como virtual a un nivel indefinido. Igualmente pasa con el
individuo en sí. Primeramente todo individuo tiene el derecho de participar o
no en un determinado proceso comunal obviamente. Pero mucho más allá, un
individuo que quiera hacerse comunero no sólo vive la contradicción de la
sociedad capitalista que perdura, sino que hace más trágica su realidad como
individuo alienado, aislado y a la vez social, eso ya es un problema inmenso.
Además, como “individuo del mundo” tiene todo derecho a ser parte de una o
cuanta comuna quiera ser parte activa, con la aprobación de la misma. En
respuesta, un individuo a estas alturas puede ser parte de variados procesos de
transformación comunal, aportar a ellos, y de allí superar la tragedia de la
sobrevivencia capitalista, ampliando infinitamente su existencia liberada. Si
lo vemos desde esta lógica de apertura territorial las comunas venezolanas
podrían potencialmente integrar al mundo entero (no veintidós ¡sino a cuatro
mil millones de seres humanos!). Y viceversa, un mundo donde triunfe la
libertad sobre la explotación podría igualmente integrar a todos los
venezolanos. Entramos entonces en una fase realmente extraordinaria de liberación
humana de fronteras y ataduras que sólo una verdadera revolución comunal,
autogobernante, socialista, puede visualizar y concretar. Cada comuna es
entonces toda la humanidad liberada.
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