Por Mike González
El enemigo de mi
enemigo no siempre es un amigo. No hay situación en el mundo que lo demuestre
con más fuerza que Siria. A más de tres años de un levantamiento popular que
exigía democracia y justicia, al igual que sus herman@s de Egipto y Túnez, la respuesta de parte del régimen de Bashir
al-Assad ha sido una represión descomunal. Los muertos suman más de 150.000 –
la inmensa mayoría víctimas de ataques directos a civiles, incluyendo las
comunidades periféricas de la capital, Damasco, y de la principal ciudad
industrial Aleppo. A los muertos se aúnan decenas de miles de heridos. Y los
desplazados – refugiados de la violencia imparable del estado sirio –
representan casi una cuarta parte de la población, dispersos por los países
vecinos y acurrucados en campamentos que apenas abrigan contra los vientos
feroces del invierno de montaña.
¿Cómo es posible, entonces, que un régimen
dinástico absolutamente militarizado, armado por los grandes poderes
imperiales, desde Rusia hasta Estados Unidos, y apoyado por un Irán con sus
propias ambiciones expansionistas, y que ha sometido a su población durante más
de cuatro décadas
al autoritarismo y la represión, se considere
anti-imperialista, o amigo de los pueblos en lucha? ¿Cómo es posible que los
noticieros diarios oficiales en Venezuela repitan sin crítica ni comentario las
declaraciones del gobierno de Assad, cuando su defensa de los intereses
minoritarios de la camarilla familiar que ha monopolizado el poder político,
económico y militar, ha cobrado tantas víctimas y hecho trizas casas, escuelas,
hospitales, calles, mercados y vidas sin contar?
¿Cuáles son las credenciales
anti-imperialistas de los Assad? El régimen Ba-ath, fundado por Assad padre a
finales de los cincuenta, era supuestamente una alternativa laica, nacionalista
y progresista con una perspectiva regional – Saddam Hussein compartía la misma
ideología al llegar al poder en Irak. Pero tardó poco para que el régimen sirio
pasara a ser un gobierno exclusivo de la secta Alawi – a la que pertenecían los
Assad – que representa apenas un 10% de la población nacional en cuyas manos,
sin embargo, quedaron todos los puestos importantes, y sobre todo la dirección
de las fuerzas armadas
Siria comparte una frontera con Israel en las
Alturas de Golan, zona estratégica para el estado sionista apropiada por Israel
en la guerra de 1967. A partir de entonces, lejos de solidarizarse con la lucha
palestina, Siria ha intervenido una y otra vez a favor de los intereses de
Israel a cambio de su propia seguridad. En 1976 el ejército sirio aplastó la
resistencia palestina en Líbano, aliándose con fuerzas derechistas
pro-israelíes. En 1983-5 apoyó de nuevo la destrucción de los campamentos
palestinos como Sabra y Chatila. En 1991 entró en la primera guerra de Irak del
lado imperialista.Y apoyó durante una década el gobierno neo-liberal líbano de
Raffic Hariri, empresario que se hizo multimillonario con la reconstrucción del
país destruido por el sionismo y sus aliados. Hasta ahí el anti-imperialismo de
los Assad.
Al entrar en el poder, Bashir-al Assad impuso
una estrategia agresiva neo-liberal en su país. En esta última década una
tercia parte de la población acabó viviendo en la pobreza, sobre todo en el
campo. El desempleo alcanza el 15% de la población, y asciende al 50% entre
jóvenes. Los beneficiarios de esa política de ajustes estructurales, en Siria,
como en otros tantos países sujetos a las demandas del FMI, ha sido una pequeña
capa de empresarios aliados de los Assad, entre ellos el primo del presidente
que es dueño de la mitad de la economía nacional.
Las políticas económicas de Assad eran las
mismas que se imponían a través de Medio Oriente – por ejemplo por Mubarak en
Egipto y Alí en Túnez. En 2003 se manifestaron millones en Egipto por el
derecho al pan mientras los militares, dueños de una alta proporción de la
industria del país, vivían en el lujo y reprimían despiadadamente cualquier
forma de resistencia. Pero los movimientos sociales seguían protestando; los
sindicatos, a pesar de los peligros que encarnaba, seguían organizándose en
esos países. Los estudiantes y los recién graduados sin esperanza de trabajo
tomaban un papel cada vez más destacado. Y cuando uno de ellos, un joven sin
trabajo que vendía verduras en el mercado, se autoinmoló en Túnez en enero de
2011, su muerte desató la primavera árabe.
El trasfondo de todo lo que ha pasado desde
entonces es aquel gran movimiento social que desde Túnez se expandió a través
de Medio Oriente en cuestión de días. Es la clave de las reacciones de todos
los actores en el teatro sirio. Pues la ‘primavera árabe’ no fue un evento
aislado sino el principio de un proceso político complejo y múltiple que es, y
sigue siendo a pesar de todo, una revolución en marcha. Y como toda revolución
es un proceso en el tiempo, lleno de contradicciones, de avances y retrocesos,
de confusiones ideológicas y actos creativos multitudinarios. Después de siete
décadas de dictaduras represivas, de asedios imperialistas, no se puede pedir a
un movimiento nuevo claridad absoluta ni estrategias acordadas. Surgirán en el
curso de la lucha de masas.
Pero lo cierto es esto. El movimiento puso en
el escenario de la historia fuerzas sociales hasta entonces invisibles –
trabajadores, campesinos, estudiantes, mujeres en lucha. Su fuerza colectiva
arrasó con dictaduras, enfrentó ejércitos, llenó plazas de hombres y mujeres
que empezaban a perder su miedo. Cayeron Alí y Mubarak. Temblaron las
monarquías de Yemen y Bahrain. Cayó un Gadafi que había dejado muchos años
antes de representar una alternativa al imperialismo. Y las masas sirias se
solidarizaron con sus hermanos y hermanas a través de la región y se atrevieron
a salir a la calle con las mismas reivindicaciones – de justicia, democracia,
una redistribución del ingreso, y un fin a la dictadura. Sabían qué riesgos
corrían – un movimiento parecido en la ciudad de Homs en 1989 fue aplastada por
Assad padre con un saldo de 25,000 muertos. Su hijo lo repetiría 21 años más
tarde. Pero la primavera árabe los había inspirado, tal y como a Assad y los
demás tiranos de la región los había aterrorizado.
Se ha caracterizado ese movimiento de
resistencia de fundamentalista, de integrista, de una guerra imperial contra
Assad. La mentira conviene al dictador, pero es mentira. Veamos.
La revuelta contra Assad tenía un carácter
amplio, democrático y comunitario; fue un auténtico movimiento de base que en
su primera fase rechazaba a los grupos islamistas que intentaron apropiarlo.
Crecía sin una dirección política nacional, pues los partidos opositores habían
sido destruidos o exiliados por Assad. Por la misma represión los sindicatos
sirios eran débiles – a diferencia por ejemplo de Egipto. Sus líderes reales
eran activistas de la comunidad, jóvenes en su mayoría. Irán chiísta, por su lado,
apoyaba el régimen de Assad con base en sus ambiciones regionales. Rusia
financiaba y respaldaba el régimen también.
Ante la ferocidad represiva de Assad, la
resistencia armada en los primeros meses fue dirigida por elementos salidos del
ejército sirio – el Ejército Libre Sirio (FSA). En eso, indudablemente,
empezaron a infiltrarse elementos de Al Qaeda, sobre todo desde Irak, que
trajeron sus propias armas. En el norte de Siria lograron en el curso de la
lucha imponerse a las organizaciones cívicas, reprimiéndolas en muchos casos.
Pero la represión assadista seguía implacable.
Lo curioso del caso es que al principio Assad
liberó a 1500 luchadores fundamentalistas de línea dura de sus cárceles. ¿Por qué?
Precisamente para que se impusieran sobre el movimiento social. Así se
comprometería su carácter político y social y se alentaría la transformación de
la lucha social en lucha sectaria. Y en eso estaban de acuerdo una gama de
fuerzas. El régimen qatari, por ejemplo, amenazado a su vez por su propia
primavera árabe, empezó a mandar armas a los grupos integristas opuestos a
Assad en nombre del sunismo; Arabia Saudita armaba a la oposición en el mismo
sentido, en parte para debilitar a Irán, y en parte para sabotear la lucha
política para que no se reprodujera más cerca de casa. La Hermandad Musulmana,
cuya fuerza (ahora cuestionada) en Egipto se reproducía en Siria también,
apoyaba el Consejo Nacional Sirio (formado en el extranjero) y amenazaba con
romper relaciones con Siria, pero mantenía relaciones con Israel y reprimía la
resistencia nacional.
Siria, entonces, se ha convertido en un
terreno donde varias fuerzas se aprovechan de
la revolución popular para
avanzar sus propios intereses, con el interés común de parar en seco el proceso
de lucha política y resistencia. Al armar a los distintos grupos, refuerzan el
aspecto armado, pero al mismo tiempo el aspecto religioso. Los luchadores
islamistas atacan tanto a los ejércitos de Assad como a los luchadores
comunitarios que de momento no tienen recursos para enfrentarlos.
Y ¿cuál es el papel del imperialismo? El más
cínico en los anales del cinismo imperial. Durante dos años Estados Unidos,
Inglaterra y Rusia observaban el derramamiento de sangre con frialdad; las
cifras de muertos pasaban de los 100.000 y sus voceros expresaban su creciente
preocupación por la ‘tragedia humanitaria’ en Siria. Mandaban armas menores a
las fuerzas anti-Assad sin que en cantidad ni potencia fueran suficientes para
cambiar el balance de fuerzas en los enfrentamientos armados. Al contrario,
dejaron la máxima fuerza en manos de Assad. Cuando el año pasado Assad empleó
armas químicas contra la población de El Ghout, se hablaba de una posible intervención
armada, que en realidad estaba vedada desde el primer momento por Rusia y China
en las Naciones Unidas. En el ataque a El Ghout murieron 250 personas – un
saldo terrible. Pero Obama al expresar su horror dejó de mencionar a los más de
150.000 muertos víctimas de las armas convencionales de Assad.
El problema real para el imperialismo no son
los muertos (¡a final de cuentas son
campesinos, trabajadores y trabajadoras, estudiantes, gente sin importancia!)
El problema es el recuerdo de Irak, donde destruyeron el aparato del estado y
dejaron un vacío de poder. No podían permitir que esto pasara en Siria. Lo
importante no era Assad, sino su aparato de Estado. Porque cuando se resolvía la
situación, lo que importaba era que quedara en Siria un régimen fiable capaz de
enfrentar cualquier levantamiento desde abajo, y garantizar al mismo tiempo los
intereses imperiales en Medio Oriente y por encima de todo la supervivencia del
estado sionista.
En algunos meses más se lanzarán discusiones
y supuestas negociaciones de paz.
Lo importante para todos los actores
imperiales – Rusia, Estados Unidos, Inglaterra – es que las fuerzas sociales
estén debilitadas, agotadas, antes de que empiecen las pláticas. Que mientras
tanto sigan matándose entre sí y que los luchadores islamistas impongan la
guerra religiosa a expensas de la lucha social. Así, cuando llega el momento de
hablar (sea en Ginebra o dondequiera) se podrá pasar a negociar lo único que
realmente interesa a todos los actores globalizantes – sean los Emiratos,
Arabia Saudita, Qatar, Kuwait, Bahrain, Rusia, China, Inglaterra, Estados
Unidos: mantener la estabilidad del capitalismo global y sus aliados en Medio
Oriente y asegurar la supervivencia de un régimen fuerte en Damasco, sea con
Assad o sin él (es lo de menos), que siga sirviendo los intereses del capital
mundial, como lo ha hecho siempre hasta ahora.
Lo que nos corresponde ahora es desenmascarar
a Assad y solidarizarnos de todas las maneras posibles con la lucha popular
siria.
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