viernes, 17 de enero de 2014

Siria: Revolución y violencia de Estado

Por Mike González

El enemigo de mi enemigo no siempre es un amigo. No hay situación en el mundo que lo demuestre con más fuerza que Siria. A más de tres años de un levantamiento popular que exigía democracia y justicia, al igual que sus herman@s de Egipto y Túnez, la respuesta de parte del régimen de Bashir al-Assad ha sido una represión descomunal. Los muertos suman más de 150.000 – la inmensa mayoría víctimas de ataques directos a civiles, incluyendo las comunidades periféricas de la capital, Damasco, y de la principal ciudad industrial Aleppo. A los muertos se aúnan decenas de miles de heridos. Y los desplazados – refugiados de la violencia imparable del estado sirio – representan casi una cuarta parte de la población, dispersos por los países vecinos y acurrucados en campamentos que apenas abrigan contra los vientos feroces del invierno de montaña.


¿Cómo es posible, entonces, que un régimen dinástico absolutamente militarizado, armado por los grandes poderes imperiales, desde Rusia hasta Estados Unidos, y apoyado por un Irán con sus propias ambiciones expansionistas, y que ha sometido a su población durante más de cuatro décadas
al autoritarismo y la represión, se considere anti-imperialista, o amigo de los pueblos en lucha? ¿Cómo es posible que los noticieros diarios oficiales en Venezuela repitan sin crítica ni comentario las declaraciones del gobierno de Assad, cuando su defensa de los intereses minoritarios de la camarilla familiar que ha monopolizado el poder político, económico y militar, ha cobrado tantas víctimas y hecho trizas casas, escuelas, hospitales, calles, mercados y vidas sin contar?

¿Cuáles son las credenciales anti-imperialistas de los Assad? El régimen Ba-ath, fundado por Assad padre a finales de los cincuenta, era supuestamente una alternativa laica, nacionalista y progresista con una perspectiva regional – Saddam Hussein compartía la misma ideología al llegar al poder en Irak. Pero tardó poco para que el régimen sirio pasara a ser un gobierno exclusivo de la secta Alawi – a la que pertenecían los Assad – que representa apenas un 10% de la población nacional en cuyas manos, sin embargo, quedaron todos los puestos importantes, y sobre todo la dirección de las fuerzas armadas

Siria comparte una frontera con Israel en las Alturas de Golan, zona estratégica para el estado sionista apropiada por Israel en la guerra de 1967. A partir de entonces, lejos de solidarizarse con la lucha palestina, Siria ha intervenido una y otra vez a favor de los intereses de Israel a cambio de su propia seguridad. En 1976 el ejército sirio aplastó la resistencia palestina en Líbano, aliándose con fuerzas derechistas pro-israelíes. En 1983-5 apoyó de nuevo la destrucción de los campamentos palestinos como Sabra y Chatila. En 1991 entró en la primera guerra de Irak del lado imperialista.Y apoyó durante una década el gobierno neo-liberal líbano de Raffic Hariri, empresario que se hizo multimillonario con la reconstrucción del país destruido por el sionismo y sus aliados. Hasta ahí el anti-imperialismo de los Assad.

Al entrar en el poder, Bashir-al Assad impuso una estrategia agresiva neo-liberal en su país. En esta última década una tercia parte de la población acabó viviendo en la pobreza, sobre todo en el campo. El desempleo alcanza el 15% de la población, y asciende al 50% entre jóvenes. Los beneficiarios de esa política de ajustes estructurales, en Siria, como en otros tantos países sujetos a las demandas del FMI, ha sido una pequeña capa de empresarios aliados de los Assad, entre ellos el primo del presidente que es dueño de la mitad de la economía nacional.

Las políticas económicas de Assad eran las mismas que se imponían a través de Medio Oriente – por ejemplo por Mubarak en Egipto y Alí en Túnez. En 2003 se manifestaron millones en Egipto por el derecho al pan mientras los militares, dueños de una alta proporción de la industria del país, vivían en el lujo y reprimían despiadadamente cualquier forma de resistencia. Pero los movimientos sociales seguían protestando; los sindicatos, a pesar de los peligros que encarnaba, seguían organizándose en esos países. Los estudiantes y los recién graduados sin esperanza de trabajo tomaban un papel cada vez más destacado. Y cuando uno de ellos, un joven sin trabajo que vendía verduras en el mercado, se autoinmoló en Túnez en enero de 2011, su muerte desató la primavera árabe.

El trasfondo de todo lo que ha pasado desde entonces es aquel gran movimiento social que desde Túnez se expandió a través de Medio Oriente en cuestión de días. Es la clave de las reacciones de todos los actores en el teatro sirio. Pues la ‘primavera árabe’ no fue un evento aislado sino el principio de un proceso político complejo y múltiple que es, y sigue siendo a pesar de todo, una revolución en marcha. Y como toda revolución es un proceso en el tiempo, lleno de contradicciones, de avances y retrocesos, de confusiones ideológicas y actos creativos multitudinarios. Después de siete décadas de dictaduras represivas, de asedios imperialistas, no se puede pedir a un movimiento nuevo claridad absoluta ni estrategias acordadas. Surgirán en el curso de la lucha de masas.

Pero lo cierto es esto. El movimiento puso en el escenario de la historia fuerzas sociales hasta entonces invisibles – trabajadores, campesinos, estudiantes, mujeres en lucha. Su fuerza colectiva arrasó con dictaduras, enfrentó ejércitos, llenó plazas de hombres y mujeres que empezaban a perder su miedo. Cayeron Alí y Mubarak. Temblaron las monarquías de Yemen y Bahrain. Cayó un Gadafi que había dejado muchos años antes de representar una alternativa al imperialismo. Y las masas sirias se solidarizaron con sus hermanos y hermanas a través de la región y se atrevieron a salir a la calle con las mismas reivindicaciones – de justicia, democracia, una redistribución del ingreso, y un fin a la dictadura. Sabían qué riesgos corrían – un movimiento parecido en la ciudad de Homs en 1989 fue aplastada por Assad padre con un saldo de 25,000 muertos. Su hijo lo repetiría 21 años más tarde. Pero la primavera árabe los había inspirado, tal y como a Assad y los demás tiranos de la región los había aterrorizado.

Se ha caracterizado ese movimiento de resistencia de fundamentalista, de integrista, de una guerra imperial contra Assad. La mentira conviene al dictador, pero es mentira. Veamos.

La revuelta contra Assad tenía un carácter amplio, democrático y comunitario; fue un auténtico movimiento de base que en su primera fase rechazaba a los grupos islamistas que intentaron apropiarlo. Crecía sin una dirección política nacional, pues los partidos opositores habían sido destruidos o exiliados por Assad. Por la misma represión los sindicatos sirios eran débiles – a diferencia por ejemplo de Egipto. Sus líderes reales eran activistas de la comunidad, jóvenes en su mayoría. Irán chiísta, por su lado, apoyaba el régimen de Assad con base en sus ambiciones regionales. Rusia financiaba y respaldaba el régimen también.

Ante la ferocidad represiva de Assad, la resistencia armada en los primeros meses fue dirigida por elementos salidos del ejército sirio – el Ejército Libre Sirio (FSA). En eso, indudablemente, empezaron a infiltrarse elementos de Al Qaeda, sobre todo desde Irak, que trajeron sus propias armas. En el norte de Siria lograron en el curso de la lucha imponerse a las organizaciones cívicas, reprimiéndolas en muchos casos. Pero la represión assadista seguía implacable.

Lo curioso del caso es que al principio Assad liberó a 1500 luchadores fundamentalistas de línea dura de sus cárceles. ¿Por qué? Precisamente para que se impusieran sobre el movimiento social. Así se comprometería su carácter político y social y se alentaría la transformación de la lucha social en lucha sectaria. Y en eso estaban de acuerdo una gama de fuerzas. El régimen qatari, por ejemplo, amenazado a su vez por su propia primavera árabe, empezó a mandar armas a los grupos integristas opuestos a Assad en nombre del sunismo; Arabia Saudita armaba a la oposición en el mismo sentido, en parte para debilitar a Irán, y en parte para sabotear la lucha política para que no se reprodujera más cerca de casa. La Hermandad Musulmana, cuya fuerza (ahora cuestionada) en Egipto se reproducía en Siria también, apoyaba el Consejo Nacional Sirio (formado en el extranjero) y amenazaba con romper relaciones con Siria, pero mantenía relaciones con Israel y reprimía la resistencia nacional.

Siria, entonces, se ha convertido en un terreno donde varias fuerzas se aprovechan de  la revolución popular  para avanzar sus propios intereses, con el interés común de parar en seco el proceso de lucha política y resistencia. Al armar a los distintos grupos, refuerzan el aspecto armado, pero al mismo tiempo el aspecto religioso. Los luchadores islamistas atacan tanto a los ejércitos de Assad como a los luchadores comunitarios que de momento no tienen recursos para enfrentarlos.

Y ¿cuál es el papel del imperialismo? El más cínico en los anales del cinismo imperial. Durante dos años Estados Unidos, Inglaterra y Rusia observaban el derramamiento de sangre con frialdad; las cifras de muertos pasaban de los 100.000 y sus voceros expresaban su creciente preocupación por la ‘tragedia humanitaria’ en Siria. Mandaban armas menores a las fuerzas anti-Assad sin que en cantidad ni potencia fueran suficientes para cambiar el balance de fuerzas en los enfrentamientos armados. Al contrario, dejaron la máxima fuerza en manos de Assad. Cuando el año pasado Assad empleó armas químicas contra la población de El Ghout, se hablaba de una posible intervención armada, que en realidad estaba vedada desde el primer momento por Rusia y China en las Naciones Unidas. En el ataque a El Ghout murieron 250 personas – un saldo terrible. Pero Obama al expresar su horror dejó de mencionar a los más de 150.000 muertos víctimas de las armas convencionales de Assad.

El problema real para el imperialismo no son los muertos  (¡a final de cuentas son campesinos, trabajadores y trabajadoras, estudiantes, gente sin importancia!) El problema es el recuerdo de Irak, donde destruyeron el aparato del estado y dejaron un vacío de poder. No podían permitir que esto pasara en Siria. Lo importante no era Assad, sino su aparato de Estado. Porque cuando se resolvía la situación, lo que importaba era que quedara en Siria un régimen fiable capaz de enfrentar cualquier levantamiento desde abajo, y garantizar al mismo tiempo los intereses imperiales en Medio Oriente y por encima de todo la supervivencia del estado sionista.

En algunos meses más se lanzarán discusiones y supuestas negociaciones de paz.

Lo importante para todos los actores imperiales – Rusia, Estados Unidos, Inglaterra – es que las fuerzas sociales estén debilitadas, agotadas, antes de que empiecen las pláticas. Que mientras tanto sigan matándose entre sí y que los luchadores islamistas impongan la guerra religiosa a expensas de la lucha social. Así, cuando llega el momento de hablar (sea en Ginebra o dondequiera) se podrá pasar a negociar lo único que realmente interesa a todos los actores globalizantes – sean los Emiratos, Arabia Saudita, Qatar, Kuwait, Bahrain, Rusia, China, Inglaterra, Estados Unidos: mantener la estabilidad del capitalismo global y sus aliados en Medio Oriente y asegurar la supervivencia de un régimen fuerte en Damasco, sea con Assad o sin él (es lo de menos), que siga sirviendo los intereses del capital mundial, como lo ha hecho siempre hasta ahora.

Lo que nos corresponde ahora es desenmascarar a Assad y solidarizarnos de todas las maneras posibles con la lucha popular siria.



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