
Por Roland Denis
“El
anarquismo tiene bien claro que la libertad no es hija del desorden, sino madre
del orden...
Para el anarquismo es fundamental una teoría general de la acción. Y la prueba de la acción significativa es el rejuvenecimiento de la existencia personal. Los cambios significativos se producen únicamente mediante la confrontación directa de las clases...
El acto revolucionario es útil en su naturaleza, por encima de su éxito o fracaso político, precisamente porque la acción guiada por un fin moral es redentora”.
Irving Louis Horowitz
Para el anarquismo es fundamental una teoría general de la acción. Y la prueba de la acción significativa es el rejuvenecimiento de la existencia personal. Los cambios significativos se producen únicamente mediante la confrontación directa de las clases...
El acto revolucionario es útil en su naturaleza, por encima de su éxito o fracaso político, precisamente porque la acción guiada por un fin moral es redentora”.
Irving Louis Horowitz
Aníbal Castillo, hermano luchador de toda la vida atravesando los sesenta años muere el 13 de Diciembre del 2013, el mismo día en que se conmemora la muerte del comandante Argimiro Gabaldón, héroe histórico de la lucha guerrillera de los sesenta y punto de inspiración en la vida de Aníbal. Fueron sujetos de la misma sangre política (las legendarias Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, luego PRV-FALN) y una historia insurgente que la llevó en la memoria hasta el final de sus días. Pero a diferencia de Argimiro, Aníbal no fue un comandante clásico, fue un combatiente subterráneo que se fusionó en espíritu y cuerpo entre quienes le tocó encontrarse en su vida militante (barrios, comunidades obreras, mineros, indígenas) estableciendo un solo motivo: acabar con el viejo orden de opresión que se resume sobre sí mismo la máxima de insensibilidad, arrogancia, brutalidad y opulencia vacía de los personajes que lo representan a lo largo y ancho del mundo. Ese viejo orden tiene una manera de repetirse en cada uno de los escenarios y al mismo tiempo una diferenciación particular en las mascaradas que utilizan sus connotados personajes, siendo siempre una repetición de lo mismo. Contra ellos luchó Aníbal, muchas veces con armas en mano, con la violencia de la pólvora si era necesario, él y sus acompañantes.
Aníbal empieza su historia siendo un subversivo de armas, cuya participación en
innumerables combates, fugas y expropiaciones deja constancia. Fue un soldado o
así se asumió siempre no un jefe, y no por incapacidad de mando sino por
radicalidad de sus principios militantes. El guerrillero de los comandos
armados del PRV-FALN no fue jefe porque en los tiempos de su generación hasta
la misma guerrilla era comandada por lo general por hombres provenientes de una
pequeña burguesía formada y radicalizada que no dejó caminos y herramientas de
formación para que sus bases populares más leales pero sin los acomodos
lingüísticos y culturales de esta clase asuman finalmente los mandos de una
causa que en definitiva era solo suya. Aníbal aunque estudió antropología nunca
quiso confundirse con esta dirigencia letrada que con el tiempo y sus fracasos
fue buscando salvaciones individuales totalmente ajenas a la lucha que ayudaron
a desatar. Los finales de la IV República y la aparición del chavismo lo
comprobarán; tanto la izquierda como la derecha política que se acomoda en los
últimos 25 años de crisis de Estado e intentos de revolución estará inundada
por estos viejos comandantes
Los rencores creados, intercalados por confrontaciones entre grupos ligados al
comandante más admirado o acusaciones de traición por los otros costados y
grupos formados al interno de las organizaciones, desploma la guerrilla al final
de los setenta, dejando a Aníbal sin base de organización. Pero la persecución
del régimen burgués de entonces -años ochenta- sigue su rumbo y hasta se afinca
aún más, obligando al guerrillero originario del 23 de Enero a internarse en la
selva al sur del Orinoco donde vivió sus últimos treinta años. Hizo lo mismo
que muchos pueblos caribes huyendo del coloniaje español; mundo de la selva
salvación del salvaje.
Probablemente es desde que comienza a discurrir lo que llamaríamos su vida
verdadera. Apasionado por la antropología encontró en esas selvas el objeto
primario de su ciencia: el indio, nuestro ser originario. Pero como militante
auténtico no se dejó llevar por la seducción que produce en el científico
positivista ser solo un estudioso de su objeto respectivo. Aníbal por el
contrario construyó una fraternidad total con muchas de las comunidades
Yekuanas y Pemonas con quienes intercambió la vida ya sea por el lado del río
La Paragua o en el sur-oriente del estado Bolívar. Pero además no se estableció
límites muy propios de los fundamentalismos o el ecologismo tradicional. No se
ahogó en ello, asumiendo al indígena como hermano de lucha mientras, por
razones de sobrevivencia, le tocó ser minero junto a indígenas y mineros
propiamente. Es así como le tocó raspar, reventar la roca y hundirse en la
tierra en vastas fronteras entre Brasil y Venezuela. Recorriendo a pie días y
días o hasta semanas los caminos mineros es donde Aníbal se convierte en “el
botánico” como terminaron llamándolo. Muy pocos han llegado a conocer como él
las plantas y animales con quienes se topó en estas décadas y las
características particulares de cada una de esas selvas. Su amor y su confianza
con ellos era impresionante, no había viaje de paso por Caracas o la costa
donde deje algunos de estos animales (lapas, pajarracos de todo tipo, hasta
tigrillos entre tantos) y plantas auténticas en las casas de amigos. Buscando
el mineral-fetiche e inservible del oro como vía de sobrevivencia sin querer se
hizo sabio, dejando seguramente escritos perdidos entre sus papeles aún por
recuperar de una inmensa valía política y científica.
Es en este tránsito del militante y combatiente disciplinado, al hombre involucrado de manera radical con lo más ancestral de nosotros como nación y como pueblo, como naturaleza viva o rocosa que Aníbal empezó a cambiar sus perfiles ideológicos dándose cuenta que la organización y la disciplina, que la capacidad de combate y victoria, que la identidad que nos da el pertenecer a algo donde se lucha en común, no viene de los patrones jerárquicos muy propios de las viejas organizaciones marxistas-leninistas donde militó, mucho menos del anquilosamiento burocrático que produce “el hacerse del poder y el Estado”, sino de una esencia mucho más permanente y genuina que aún está presente entre nosotros. Aníbal mejor organizado y siendo el mismo hombre de disciplina extrema empezó a hacerse anarquista y conocer la historia y el pensamiento libertario por aquellas tierras. Entendamos que el anarquismo no es solo una posición político-ideológica, no es solo un pensamiento que se asume científico; tragedia del marxismo que se asume como ciencia en vez de disponerse a hacerla. El anarquismo obligatoriamente es una condición humana radical. Se trata del hombre que no necesita gobierno y por tanto se mete en la obligación de vivir totalmente la vida de los hombres y mujeres, de sus comunidades, estén donde estén, reconociendo sus sufrimientos y compartiendo sus saberes, ritos y alegrías, sean quienes sean, haciéndose ellos. Digamos entonces que es en ese momento que Aníbal quiso ser anarquista, de manera tan leal y consecuente como fue y de alguna manera siguió siendo un guerrillero, pero en este caso obligado por el reto a ser un hombre mucho más total. Admirador desde entonces del gran guerrero anarquista español Durruti. Es en esa misma selva llena de lo indescifrable, de la belleza de la inmensidad pero también del horror humano allí condensado, donde Aníbal encuentra esa totalidad y la asume en pleno.
Sus últimos años transcurrieron entre El Callao y la Paragua, formando escuelas
agrícolas y nueva organización minera que permita dar un salto de la antigua
minería destructora a convertirse en proveedora de vida, algo que por supuesto
nuestro apestoso Estado nunca ha dejado que se haga, buscando a como dé lugar
en el extractivismo rentista y geocida la razón de su propósito. Sin embargo,
su militancia lo llevo a permitir el tránsito formativo entre Parupa comunidad
Yekuana del alto Paragua y El Callao donde al fin además de oro se habla de
formación agrícola sin ninguna necesidad de Estado. De igual forma su
compromiso político con los movimientos de base integrados al chavismo siguió
siendo la misma a pesar de su abierta crítica a la reproducción burocrática
difundida entre los mismos agentes de base. Era un anarquista que votaba por
compromiso pero luego recordaba en cada rincón la necesidad de radicalizar la
esperanza libertaria que nada tiene que ver con votos y cargos sino con la
irrupción de nuevos escenarios para una vida libre, común y productiva.
Ahora, ¿de verdad pudo lograr ser un anarquista?. Posiblemente no del todo, el
anarquismo en solitario aunque hay muchos que lo reivindican es muy difícil si
no imposible porque él mismo es una posición colectiva de vida que por tanto
necesita de muchos. Sus angustias finales, las rabias que nunca pudo sacar de
su cuerpo por historias traicionadas o presentes que se mueven hacia ese mismo
destino traicionero, no lo dejaron terminar de recorrer su camino y enseñar a
otros lo que él mismo pudo aprender desde la vida cruda y real. Digamos que
hasta le produjeron por dentro lo que sería su enfermedad fatal. En todo caso
con la pérdida de Aníbal se va un cuadro militante fundamental del sur del
Orinoco, un maestro y ayudante como ninguno de esas comunidades mineras e
indígenas. Queda su memoria y ejemplo de un venezolano que la vivió y la luchó
de verdad, un regalo a la ciencia, la pasión y la política libertaria.
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