viernes, 20 de septiembre de 2013

En tu siembra, Pollo, tú que fuiste uno de esos hombres que no deberían tener derecho a morir.


Vibra con dolor la Guarura, en toque de duelo...

Por: Roland Denis.

En su cédula sale nombrado como Rubén Atalido, pero su nombre querido entre nosotros era el Pollo, “El Pollo de Aroa”. Yo me pregunto de dónde proceden hombres como él cuando todo nos dice que eso es un imposible en una tierra que si hay algo que la ha desmadrado por entero no es por sí mismo el sistema colonial y capitalista que vivimos ayer y hoy, sino la puñalada del descompromiso, del desamor a lo nuestro que la maldición petrolera y las cercanas costas yankis si le buscamos causantes, nos hace sangrar la piel colectiva hasta convertirse en una herida común que no logramos por más gritos y rebeliones que atraviesan nuestra historia despojarnos de una vez por todas. Hombres como el Pollo, señor de la sonrisa, del cuento, de la memoria, del regocijo entre los suyos, del grito pelao si era necesario a su parecer, de la lealtad, del estar allí donde se necesita, en fin, del descarado decir desde el lugar de pueblo que ocupó sin ningún tipo de vergüenza más bien con “todísimo” orgullo y por ello descarado, fue uno de aquellos que nació para ayudarnos a sacar ese puñal desmadrante sin llanto ni compasión por nadie, simplemente para borrar la herida y si queremos y sólo si es así, tomar el arma que antes nos destrozó para acabar definitivamente con los enemigos eternos, los verdaderos armadores del descompromiso y acabarlos para siempre.

Ya te fuiste como tantos que hemos visto partir, posiblemente sin lograr los grandes cometidos, pero dejando una huella que la sonrisa que tú mismo cadáver conservó. Te fuiste desesperado por el encuentro súbito con la muerte, pero ¡ah grandísimo carajo! partiste sonriente porque la tarea fue cumplida y el amor está logrado, razón suficiente para una despedida más que feliz. Tu lugar fue tu lugar y de allí no te desviaste ni un milímetro, es la verdadera conciencia de pueblo que nunca se pierde entre los desvíos literarios y dogmáticos que tanto aborreciste, ni en el rondar sin centro con una pretendida verdad pidiendo alguna alma humilde pero estúpida que lo escuche, sino el quehacer puntual desde lo propio que primero se hace conciencia y ética personal y luego una larga sistematización de saberes infinitos que tú en cada encuentro nos recordabas a través de anécdotas, jodederas, experiencias vividas, nuevas relaciones humanas encontradas, millonadas de detalles que la vida real y la lucha auténtica nos enseña. Eso hace a un verdadero combatiente libertario, y gracias hermano en nombre de muchísimos porque usted lo fue.

Cuánta tierra arrebatada por el rico ayudaste a que el pueblo pobre hoy tenga en sus manos, cuántas relaciones de igualdad y libertad trataste sin descanso de fomentar, cuántos nudos de articulación de lucha se hicieron con tus manos, cuántos saberes dejaste sembrados por las tierras que recogieron tus pasos, cuántas acciones abiertas y cerradas se hicieron bajo tu coordinación, cuántos hijos de esta lucha terminaste de parir, imposible de cuantificarlo, pero allí están como testimonio de la vida dejada y bien vivida, ¡coño!, como corresponde a un desobediente como usted. Fuiste un discípulo de la mejor de las guerrillas que se organizó en nuestro país, y que lo digan los montes de tu pueblo y los guerrilleros que aún son su memoria y que tú un día me presentaste aquella vez que subimos a lo alto de la montaña y de repente me hiciste conocer a uno de estos tantos guerreros que le tomó doce horas de camino por esos montes hasta llegar a donde nos encontrábamos. Era nada menos que el segundo al mando de la columna que se formó junto a los cubanos que llegaron con sus armas y acompañar aquel ejército del pueblo de esos años, hoy sembrador de café en lo último de aquellas cordilleras. Ese tipo de gestos tan propios de ti no sólo te los agradezco de por vida, era también el modo particular de tu ofrenda siempre relacionada al restablecimiento de una memoria aún viva que como cometido de vida insististe en que no se pierda. Allí es donde la historia empieza a ser una pasión rica y no un libro muerto y mentiroso, ahora te tocará a ti y la memoria que dejas entrar dentro de esa pasión que los cuentos de tu pueblo y nosotros sabremos contar.

Muere Rubén Atalido “El Pollo” y con él se va uno de los más consecuentes de los dirigentes del movimiento campesino de nuestro país, de la fragua de la más bellas de las corrientes históricas y libertarias cuya ronda mucho le falta por hacer y lo hará. Rabia que te vayas precisamente cuando hombres como tú tanta falta hacen ahora que la peor de la carroña quiere imponerse por todos lados para dirigir o más bien finiquitar una revolución que no les pertenece en absoluto, y todo lo que de ella sobrevive se ha hecho por el contrario con el ejemplo de hombres como tú y tu clase inaudita e increíble. Pero bueno, no importa hermano, cuenta con nosotros que sabremos aprender de ti y de tu altura, porque tú nos recuerdas lo que supone no rendirse y lo que significa realmente ser alguien leal a su pueblo y vivir desde ese reto gigantesco.

Nos despedimos hermano sin lágrimas.

Gracias por tu inmenso amor y soberbia rebeldía.
Gracias por tu ejemplo y alegría.
Un abrazo a los tuyos y a tu tierra.
Volvemos por todos los caminos.
Hasta la victoria siempre.

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