Por Víctor Andrés Gómez Rodríguez
El conflicto se desenvuelve en Venezuela, pero es regional, con implicación global. Los primeros tres lustros del siglo XXI devienen en el espacio de una alternativa contrahegemónica que puede ser el inicio del desmantelamiento del sistema capitalista. Es un proceso no a materializar en setenta y dos horas –como la victoria armada de la revolución cubana en Playa Girón contra aquella invasión mercenaria en 1961-, sino a través de etapas de un desmontaje paulatino cuya duración está en dependencia de la destreza política que se aplique para cercenar a la expansión histórica de la cultura del capitalismo, con la emergencia de otra cultura que barra con las normativas enquistadas en la cotidianidad de las mayorías, por esa expansión histórica; mediante un movimiento de masas que emerja desde abajo.
Jesús el de los pobres contra los ricos, Marx, Bolívar, Martí, El Che Guevara, la Revolución Cubana –que me disculpe Guanche por la erre mayúscula-; toda la memoria y el ideario de los procesos independentistas en América Latina –a pesar de sus limitaciones patrimoniales, obviedades clasistas y traiciones-; y el Caribe, que hicieron de la primera Revolución Haitiana el pago histórico vergonzoso a pagar por la ineludible necesidad de justicia social y libertad, por sobre la acumulación originaria de capital que entró en nuestra zona galopando sobre la modernidad europea. La cultura del capitalismo ya puede considerarse como una cultura “tempa”, como decimos popularmente en Cuba; una sustancialidad social inservible y aplicable solamente mediante una diversidad de modos de dominación; obligados a sofisticarse en la amnesia histórica, en la más burda manipulación de la memoria cotidiana. Y sobre todo en el adormecimiento de las conciencias ante la prescindible existencia y exigencias del ser humano.
Todo el pensamiento humanista acumulado, desde las perspectivas de la cultura capitalista, cabe en una lata de compota graficada en la pared de un supermercado. Acudiendo a recursos añejos en los procesos de sojuzgamiento, la estrategia –también y sobre todo en Venezuela-, por parte de la plutocracia local y global, se reduje a “embarajar” la comida. Hacerla desaparecer de los lugares de comercialización y acceso a ella. La gente humilde que ha vivido toda su vida bajo las normas de la cultura del capitalismo más salvaje, puede llegar a atemorizarse, a pensar que el bolivarianismo es bueno, pero incapaz por insuficiente. La estrategia de la amenaza del “estómago vacío” del lado chavista, no es ni nueva ni banal. Durante casi medio milenio, aún cuando la burguesía se discernía como una clase social progresista, hizo interactuar sus operaciones bélicas con etapas arduas de hambre y escasez. Ha dominado y todavía domina, haciendo interactuar a esa fórmula genocida. A escala local y global. La sustentabilidad productiva es ineludible para el desmantelamiento del sistema capitalista. Cuando los procesos revolucionarios ofrecen mucho para el “cuerpo”, pero insipientemente sustancia para la sustentabilidad de la conciencia política, puede suceder que el proceso sea confundido con el arribo de unos “reyes magos”, que aciertan la oportunidad de acumular “cosas” desde el apresuramiento circunstancial. Si la burguesía posee la propiedad del grifo, aun, puede convertir esa distribución en una pesadilla que se lleva a bolina la mismo proceso revolucionario.
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